En alemán existe una palabra que nunca he registrado en otros idiomas: „Weltschmerz“. Viene de “Welt”, el mundo, y de “Schmerz”, dolor, aflicción. Weltschmerz es lo que se siente al contemplar el estado del mundo, antes de caer en la depresión. Es lo que puede ocurrir si nos ponemos a considerar el cambio climático y la futilidad de las débiles medidas de contención implementadas hasta ahora.

Me sucede eso, pero con México. Ha tomado no décadas, sino siglos, llegar a una república con elecciones libres. Después de la independencia se sucedieron los líderes militares en el poder. Durante la Reforma y hasta el porfiriato no se puede hablar de verdaderas elecciones generales. Los pocos cientos de electores que escogían al presidente eran designados por los caciques y jefes militares en cada estado de la República. Después llegó la Revolución, otra vez una sucesión de jefes militares, y las elecciones siempre amañadas del PRI, hasta que en 1994 y el año 2000 se tuvo las primeras elecciones organizadas por el IFE (hoy INE) y que fueron realmente custodiadas e independientes del gobierno. ¡Tenemos menos de treinta años de experiencia con elecciones libres!

Eso no implica que exista igualdad de oportunidades. En México tenemos una presidencia todopoderosa y no un verdadero federalismo. El partido en el poder puede canalizar recursos mal habidos a las campañas electorales, a través de todos sus mecanismos de control. Los gobiernos panistas no desmantelaron ese sistema, más bien se apoyaron en él, hasta que el PRI pudo regresar al poder, haciendo uso de todas las artimañas que conocen mejor que nadie.

Pero la gran decepción es el actual gobierno, que nominalmente se autocalifica de izquierda, sin serlo. Ya instalados en la silla a través de elecciones libres, pretenden devolver el control del proceso al gobierno, es decir, a ellos mismos. La intención es perpetuarse en el poder, al estilo del PRI, con recambio de personas, pero control férreo del aparato del Estado. Por eso las campañas contra el INE y los embates periódicos contra sus consejeros. Si ya llegaron los “buenos” al gobierno, ¿para qué se necesita el INE?

Es este un gobierno que vive de la “postverdad” (es decir de la mentira propagandística) que fabrica todos los días a través de la televisión y de un presidente que parece animador de un show perverso. Con todo el poder del Estado en sus manos califica de corrupto y “neoliberal” a cualquiera que no se alinea a sus designios. El decide solito los proyectos que son de seguridad nacional, militariza al país incesantemente, oculta la información gubernamental y se encarga de destruir las instituciones que tomó décadas erigir. La concentración del poder en las manos del presidente y sus compadres militares avanza incontenible.

Es una gran ironía que Morena sea el conducto para implementar la visión política de Salinas de Gortari, expresada sin ambages en su tesis doctoral, aquella idea de convertir al pueblo en personas “agradecidas” con el gobierno a través del “branding” de los programas sociales. Un programa social que no deja agradecido al receptor no sirve. Salinas lo intentó a través del programa de Solidaridad, pero ese es juego de niños comparado con lo que hoy se hace. Se desmontan las estructuras sociales de apoyo a los sectores más pobres, se cierran guarderías, se desbarranca el sistema de salud, ya no se invierte en bibliotecas o en otros tipos de gasto social. Ahora se reparte dinero, ahorrado desmantelando el welfare state, a través de tarjetitas que distribuyen los políticos apoyados en un ejercito de “siervos de la nación”, en realidad activistas de Morena, quienes “censan” a los que deben obtener “beneficios” o no. En México hay un ejercito de uniformadas “camisas guindas” al servicio del poder.

Así estamos. En lugar de tener un gobierno comprometido con el desarrollo de la conciencia cívica, interesado en que en México por fin tengamos ciudadanos conscientes de sus derechos y obligaciones, se trata ahora de crear vasallos dependientes del gobierno. México ocupa el lugar 135 en el ranking mundial “Estado de Derecho” del World Justice Project. Pero según Palacio Nacional la corrupción ya no existe. Año con año mueren 35,000 personas asesinadas, pero según Palacio Nacional ya no hay masacres. Han muerto casi 650 mil personas por Covid, el segundo peor resultado en el mundo, por millón de habitantes para países grandes, pero a Palacio Nacional el Covid le vino como “anillo al dedo” y ya en noviembre declararon “misión cumplida” con el proceso de vacunación, aunque aun falten millones de ser vacunados. La justicia está a cargo de un fiscal que es un verdadero malhechor, pero según el presidente de la Suprema Corte ya se acabó la corrupción en el sistema judicial. Morena recoge como con aspiradora a lo peor del oportunismo político nacional.

En México teníamos en los setentas la famosa “economía ficción”, un sistema industrial endeble sostenido por los ingresos petroleros. Ahora está de vuelta la “economía ficción” donde nos quieren hacer creer que el país avanza, cuando que con trabajos se podrá recuperar en 2024 el PIB per cápita que se tenía en 2018. Pasamos a la “salud ficción” donde supuestamente todo mundo tiene derecho a tratamiento médico. Sin embargo, muchos de los muertos por Covid lo hicieron en sus casas, rechazados por los hospitales. Las medicinas que antes existían, por lo menos parcialmente, ahora ya no las hay, y el gobierno ataca a los padres de niños con cáncer como si fueran bandoleros, solo porque protestan. Tenemos también la “cultura ficción” con un país en el que se cayó la industria editorial y ya las bibliotecas publicas no adquieren libros, pero según el Sr. Taibo ya todos leen más porque él regala los libros del FCE en los mítines (como el primero de diciembre). Lo único que no es ficción es el desprecio por el medio ambiente y por las energías alternativas, ahí sí este gobierno ha sido muy consecuente. El futuro le pertenece a los hidrocarburos y a una CFE anquilosada que los quemará como combustóleo. Tenemos también la “educación ficción” creando cien “universidades” de pacotilla mientras se trata de destruir la autonomía universitaria o bien colonizar los claustros académicos como el CIDE.

Viendo todo esto, tiene uno la impresión de estar presenciando a un gran animador de circo, con un show simultáneo en varias pistas. No importa que tan catastrófico sea el show, tanto más grandilocuente es el animador para describir lo “histórico” de lo que estamos viendo, lo genial de sus pseudosoluciones, lo comprometido con el pueblo que están sus probos colaboradores a quienes, apenas salidos del gobierno, les aparecen millonarias propiedades. Es un show sensacional y el público en la galería aplaude levantando tarjetitas cuyos montos han salido de los recortes del gasto social. El respetable es cada vez más pobre, como reportó el INEGI en su estudio sobre la caída de las clases medias en México. No importa, el show debe continuar a través de los mítines perpetuos y la campaña electoral permanente con una próxima parada en el voto, no para destituir sino para “confirmar” al actual poder. El público del gran show es cada vez menos un público de ciudadanos, y cada vez más un público de súbditos. El efecto a largo plazo de esta gran desconcientización del pueblo mexicano, acompañada de un proceso de militarización que nos lleva al siglo XIX, va a ser tremendo.

Por eso, en este año que termina no puedo sino lamentar todo lo que ocurre y sentirme envuelto en Mexikoschmerz. Quizás el único antídoto contra la depresión es no dejar de abrir la boca. Martin Luther King dijo: “A man dies when he refuses to stand up for that which is right. A man dies when he refuses to stand up for justice. A man dies when he refuses to take a stand for that which is true.”

Tengo la intención de vivir en 2022.

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