Los aspirantes de Morena a la Presidencia de la República han aumentado sus apariciones públicas. En particular los tres más favorecidos por el presidente, pero también el senador Monreal ha concedido numerosas entrevistas insistiendo en su deseo de ser candidato presidencial del partido oficial. Por su parte, el Secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard difundió un número de celular al que la gente puede mandarle mensajes, publicó fotografías con su mascota y anunció la integración de un equipo para ganar la supuesta encuesta que decidirá la candidatura de Morena. Todo México sabe que “la encuesta” es un vocablo encubierto para designar el dedazo presidencial, pero no importa. A su vez, la Jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum determinó que resultaría atractiva para sus seguidores una visita guiada a su departamento y grabó los diferentes espacios de su residencia con la cámara del teléfono. Finalmente, el Secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández también compartió su número telefónico ofreciendo responder los mensajes de la población.

Los políticos mexicanos ya están en sintonía con la frívola tendencia internacional de usar electoralmente las redes sociales para fingir cercanía con el electorado. Lo que no se observa por ningún lado son los mecanismos deliberativos de las democracias consolidadas. Ya sabemos que no habrá elecciones primarias, pero por lo visto tampoco debates entre los aspirantes de Morena para conocer, si es que hay, sus diferencias programáticas. Ahora bien, ¿por qué no intentar un ejercicio propio de las democracias desarrolladas, el llamado “town hall meeting”? El mecanismo de “town hall meeting” es un esfuerzo de rendición de cuentas tan ajeno a la cultura política de los países de habla hispana, que ni siquiera existe una traducción exacta para el concepto. Literalmente significa reunión del ayuntamiento, pues en el origen se trataba de encuentros cara a cara de la población con su autoridad municipal para cuestionarla sobre los problemas locales. La propuesta creció para convertirse en un recurso de campaña permanente en Estados Unidos, Canadá y Australia, principalmente. Los candidatos se presentan en un lugar y el público puede asistir sin ningún tipo de restricción a interrogarlos sobre sus preferencias ideológicas, su plataforma de gobierno, las diferencias de opinión con su partido político, sus posturas más polémicas del pasado y hasta sus asuntos personales. El punto es que el público acuda libremente, no acarreado al estilo mexicano ni pagado para formular preguntas que hagan lucir bien al candidato. Desde luego, el evento debe transmitirse en vivo ante las cámaras sin ningún tipo de edición o censura. Preferentemente, se trata de que el público represente la diversidad de grupos sociales en términos generacionales, ocupacionales,sexuales, procedencia geográfica, etcétera. La evolución tecnológica reciente permite combinar con modalidades a distancia. Es decir, preguntas en tiempo real mediante la conexión a internet de usuarios que quieren cuestionar al candidato desde otro lugar lejano. El ingrediente central del ejercicio es la disposición del candidato a encarar a los ciudadanos (no periodistas a modo), especialmente si éstos quieren reclamarle algo. Ahí se mide la destreza dialéctica del candidato y su conocimiento de la agenda pública, pero también su temple.

La semana pasada, discretamente, Juan Carlos Romero Hicks anunció su intención de buscar la Presidencia de la República. Su nombre se suma a la lista de aspirantes de la oposición que no han tenido suficiente exposición mediática. En vista de que Morena escogerá sus candidaturas mediante dedazo duro, los precandidatos opositores harían bien en diferenciarse con prácticas más democráticas. Eso incluye no solamente las elecciones primarias y debates entre ellos, sino la posibilidad de organizar uno o varios “town hall meeting” con electores de distintas zonas del país.

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