En diciembre pasado se publicaron los resultados del reporte México: Política, Sociedad y Cambio, Escenarios de Gobernabilidad, levantada por GEA-ISA. Destaca la debilidad de los partidos de oposición. En el caso del PAN, 56% de la población tiene una opinión negativa y 26% positiva. Cuando se levantó esta encuesta, todavía no se tenía noticia de las acusaciones contra Genaro García Luna en Estados Unidos, que impactarán aún más negativamente al PAN. En el PRI, la situación es verdaderamente dramática. 72% de la población tiene una opinión negativa y 16% positiva. Si sumamos los escándalos detonados por las nuevas declaraciones de Javier Duarte, es posible que la percepción del PRI sea todavía peor.

Esta semana, El Financiero publicó una encuesta de Alejandro Moreno según la cual, el presidente de México cerró el 2019 con aprobación ciudadana de 72%. Uno supondría que semejantes cifras tendrían inquietas a las dirigencias partidistas. No es así. Si usted habla con los allegados a las dirigencias, éstos le dirán que la situación es normal. Las excusas se multiplican. “Todavía no hay candidatos de oposición. Cuando vengan las campañas, las cifras cambiarán” se consuelan algunos optimistas. “Los partidos atraviesan una crisis de credibilidad en todo el mundo, no es un tema mexicano”, se justifican otros. Nadie asume responsabilidad. Tampoco planean hacer nada para mejorar su situación.

El deterioro de la credibilidad de los partidos políticos no debería ser una buena noticia para nadie, pues todavía no se ha inventado una democracia sana y funcional sin partidos políticos. De éstos depende la representación política de la sociedad. Si no representan a los ciudadanos, no cumplen con su función más elemental, que precede incluso a competir en elecciones. En teoría, se forma un partido político para representar un grupo o grupos sociales y llevar sus demandas a los órganos de poder. Podrían empezar por ahí. ¿A qué grupos sociales están representando? ¿Cuáles demandas de esos grupos están defendiendo? Da la impresión de que ninguna. Hoy la agenda de las dirigencias partidistas es suya, no de su militancia y mucho menos la de sectores sociales más amplios. ¿Por qué no iniciar el año estudiando las demandas sociales que no están siendo atendidas por este gobierno? Por ejemplo, ¿los servicios públicos básicos de la localidad son plenamente satisfactorios para la población? ¿Alcantarillado, recolección de basura, iluminación? La seguridad pública es la preocupación más importante de todos y el único aspecto donde aparece muy mal evaluado por la población este gobierno, pero ni el PRI ni el PAN tienen credenciales para presumir en seguridad pública.

Ya debería estar claro que la condena de todo lo que hace el gobierno no le está sirviendo a la oposición. El año pasado, el PAN perdió las dos gubernaturas en juego, que hasta antes de la elección eran suyas. Es posible que este año el PRI mantenga su cacicazgo en municipios de Coahuila (hay serias dudas sobre su fuerza en Hidalgo), pero nada que le devuelva competitividad real a escala nacional. Valdría la pena voltear a ver la experiencia internacional. Entre 1981 y 1993, el Partido Demócrata estuvo fuera de combate en las contiendas presidenciales estadounidenses. Otro tanto le ocurrió al partido laborista en el Reino Unido entre 1979 y 1997, que no pudo colocar ningún primer ministro en ese periodo. Solamente regresaron al poder cuando hicieron un examen de conciencia de sus errores en gobiernos anteriores a fin de corregirlos públicamente, recorrieron el país para estudiar las nuevas demandas de la población, y ofrecieron políticas públicas acordes con la satisfacción de esas demandas. Trabajoso, pero así de simple. ¿Quién lo está haciendo?

Analista de política nacional e internacional

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