Cuenta la leyenda que, al calor de las discusiones sobre la reunificación alemana, Margaret Thatcher se quejaba con el presidente Mitterrand “¡Cómo es posible, derrotamos a los alemanes en dos guerras mundiales y están de regreso!”. El temor de los británicos y franceses al resurgimiento de una poderosa economía alemana como consecuencia de la reunificación se materializó. En la actualidad, Alemania tiene la economía más industrializada, verde y competitiva de Europa. También dispone de una mejor distribución del ingreso que Inglaterra y Francia, así como un estado de bienestar más generoso. En sentido contrario a los temores franco-británicos, Alemania no constituye ninguna amenaza para la paz mundial, sino que se ha convertido en una de sus más sólidas garantes. Tres décadas después de la proeza del canciller Helmut Kohl al reunir la República Federal Alemana (occidental, capitalista) con la República Democrática Alemana (Alemania del Este, comunista), el éxito económico del experimento es ostensible. En primer lugar, hay una lección notable de los beneficios de la cooperación internacional y una reestructuración económica (del comunismo al capitalismo) bien conducida. Antes de la reunificación, el PIB per cápita en la antigua RDA representaba 37% del de Alemania occidental, pero en 2019 llegó al 79%.

Durante la conmemoración del trigésimo aniversario de la reunificación, la canciller Ángela Merkel lamentó que, por causa de la pandemia, la ceremonia fue “más discreta de lo que merecería.” El presidente Frank-Walter Steinmeier expresó que la actual es “la mejor Alemania que nunca ha existido, agradezcamos a todos quienes han trabajado para construirla.” En segundo lugar, hay una lección de liderazgo por parte del extinto canciller Helmut Kohl. A contracorriente de los muy populares y populistas políticos de la actualidad, Kohl era anti-fotogénico, tosco, nada carismático, escasamente propicio a la convivencia popular, celoso de su vida privada. Jamás exhibió vulgarmente a su esposa en público. Enfermizo, doctor en historia, la prensa lo detestaba por su arrogancia intelectual, pero era un cultísimo polemista y orador con visión de Estado. Cuando estaba enfermo se quedaba leyendo libros y la prensa en su cama. Así se enteró de la posibilidad de reunificar las dos Alemanias. Desde ahí pidió ayuda a su esposa y le dictó los diez puntos para la reunificación. No convocó a conferencias de prensa ni a consultas populares. Simplemente diseñó un plan, reunificó Alemania y fue de los creadores del euro. El mundo lo recuerda como el último gran estadista del siglo XX.

En tercer lugar, la lección de los fracasos de la economía estatista en la República Democrática Alemana. A la caída del muro, después de varias décadas de comunismo, Alemania del Este era sustancialmente más pobre, atrasada, menos desarrollada en los rubros educativos, científicos, tecnológicos e industriales y, sobre todo, menos libre que la Alemania occidental. Fue preciso declarar en bancarrota todas las empresas paraestatales de Alemania oriental, absolutamente ineficientes (no se pierda el documental Detlev Rohwedder en Netflix). Si el último gran estadista del siglo XX fue Helmut Kohl, la primera del siglo XXI es Ángela Merkel, su discípula. La Alemania contemporánea es uno de los países que mejor ha manejado la pandemia, toda su población goza de servicios médicos (públicos) de alta calidad, su economía social de mercado es tan pujante que rescata cada cuatro o cinco años a España o Italia. Mientras el resto del mundo vive azotado por la xenofobia, la canciller Merkel abrió sus puertas a un millón de refugiados. “Podemos con esto” es la frase seca, pero siempre confiable de la canciller. No le busquen, es el modelo alemán.

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