A contrapelo de la interpretación convencional de la izquierda mexicana, el factor que une las manifestaciones en América Latina y el mundo no es el rechazo al neoliberalismo . El neoliberalismo no explica las protestas contra el fraude electoral en Bolivia , por ejemplo. Sería más acertado decir que el elemento compartido por los manifestantes de todo el planeta es el uso político de las nuevas tecnologías. Lo mismo en Hong Kong , que en Líbano y España , es dable observar una utilización estratégica de las redes sociales o los chats telefónicos para organizar protestas masivas.

El anonimato compartido de un grupo de Facebook , una fotografía difundida en Instagram y Twitter, o una invitación extensamente distribuida en Whatsapp, permiten articular enormes movilizaciones en cuestión de horas. No obstante, si bien multiplican el contingente de manifestantes, los dispositivos tecnológicos no favorecen el desarrollo de liderazgos definidos. Habrá quien argumente que se trata de movimientos sociales horizontales y no confían en convencionalismos como tener un líder.

La ausencia de liderazgos presenta ventajas e inconvenientes. Por el lado de las ventajas está el caso de Hong Kong . Ahí, las autoridades chinas tentadas a reprimir a los manifestantes no encuentran una cabeza para cortar de raíz las protestas. No lograrán disolver el movimiento metiendo gente a la cárcel. Del lado de los inconvenientes, el problema es que sin dirigencias visibles, aún si las autoridades desean atender las demandas y pactar, no encuentran interlocutores claros y unánimemente respetados por todos los manifestantes.

En la llamada primavera árabe , el mundo observó cómo grandes grupos de jóvenes de clase media detonaban protestas masivas mediante el uso organizado de las redes sociales. Lograron un efecto de contagio internacional que se extendió por toda la región con una velocidad sorprendente. Por medio de internet, se enteraron de los métodos de protestas similares, como hicieron recientemente los catalanes al intentar la toma del aeropuerto de Barcelona igual que en Hong Kong.

A pesar de la justicia de sus reclamos, las protestas de la primavera árabe consiguieron expulsar del poder a varios autócratas, pero a la postre fracasaron. Terminaron por encumbrar nuevos gobiernos autoritarios. La tecnología por sí misma no provee de soluciones conceptuales, políticas públicas, discurso unificador, o institucionalización de militantes. Es indispensable ir más allá de la protesta juvenil para perdurar y convertirse en una fuerza política permanente. Las redes sociales sirven para colapsar gobiernos mediante la crítica, pero no para instrumentar políticas eficaces.

Las protestas nacidas de mecanismos tecnológicos se dispersan y evaporan con la misma rapidez con que se originaron. Prácticamente ninguna resuelve el problema en el largo plazo. Un apunte final. La confianza desmedida de los jóvenes en las aplicaciones tecnológicas puede salir muy cara. Se trata de empresas transnacionales que, puestas a escoger entre los manifestantes y los gobiernos, pactarán con éstos últimos. Ya lo vimos en China . Apple prefirió desactivar una aplicación que ayudaba a los manifestantes de Hong Kong antes que perder las concesiones y negocios del gigantesco mercado chino. El testimonio de Mark Zuckerberg ante las incisivas preguntas de Alexandria Ocasio-Cortez en el Congreso de Estados Unidos evidenció la fragilidad de las convicciones democráticas en empresas como Facebook. Les guste o no, los manifestantes precisarán convertirse en políticos de tiempo completo si quieren triunfar.

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