Una de las consecuencias indirectas más significativas de la crisis entre Estados Unidos e Irán fue la exhibición de la nula capacidad de las llamadas “potencias europeas” para incidir sobre los acontecimientos. Desde la firma del Acuerdo Sykes-Picot entre Reino Unido y Francia en 1916, cuando ambos países se repartieron mafiosamente el control de la región, las potencias europeas occidentales habían mantenido una influencia decisiva sobre el llamado Oriente Medio. Incluso, hay quienes atribuyen el origen del concepto “Oriente Medio” a la creación del “Departamento del Oriente Medio” por Winston Churchill, en su momento secretario de estado para las colonias del imperio. Varios intelectuales, destacadamente el palestino Edward Said, expusieron en su momento el diseño de estereotipos por parte de los europeos para explicarse la región a partir de sus propios prejuicios contra los pueblos que la habitaban. Desde la visión romántica e idealizada de un oriente sensual y exótico caricaturizado por la literatura francesa, hasta la imagen de un grupo de hordas bárbaras y salvajes difundida por el colonialismo británico. Orientalismo, le llamaba Said. Lo importante, para efectos geopolíticos, es que el pensamiento y las acciones europeas ya no son factores de poder determinantes en el desarrollo de la región.

El asesinato del general Soleimani y el curso posterior de los acontecimientos evidenciaron la condición muy secundaria, para no decir irrelevante, de Francia, Alemania y el Reino Unido en toda la situación. En primer lugar, pese a su estatus como aliados militares de Estados Unidos, ni siquiera fueron advertidos de la inminencia del operativo contra Soleimani. Los gobiernos de estos países se enteraron de los hechos prácticamente al mismo tiempo que el resto del mundo, cuando el operativo ya era un hecho. En segundo término, no participaron en lo ocurrido después del asesinato, ni como mediadores entre Estados Unidos e Irán para disminuir las tensiones, ni como aliados militares de alguna operación posterior. Ya el presidente Trump les avisó en su discurso que los usará cuando le sean funcionales. Lo llamativo no es que Trump pase por alto a Europa. Lo trascendental es que los europeos no pueden hacer absolutamente nada para evitarlo, por más que les vayan en ello intereses estratégicos y de seguridad.

Subordinadas en los hechos a la expectativa de lo que hacen Estados Unidos, Rusia, Irán, Israel o China, las naciones europeas solamente pueden adoptar un papel pasivo ante un proceso en el que se juegan los precios internacionales del petróleo y futuros incidentes bélicos en Oriente Medio. En 2017, el presidente Emmanuel Macron (Francia), invitó a Mohammad Javad Zarif, en ese momento ministro de exteriores iraní, a la cumbre del G7. Macron quiso traer de vuelta a Irán a la mesa de negociaciones después de que Estados Unidos abandonara el acuerdo nuclear con Irán. El esfuerzo de Macron, loable si se quiere, fue un fracaso. Ni Francia, ni el Reino Unido ni Alemania, tuvieron la fuerza suficiente, solos o en conjunto, para mantener el acuerdo nuclear con Irán, ya no digamos la estabilidad en Oriente Medio.

La Unión Europea, sensiblemente debilitada por el Brexit, requiere el respaldo estadounidense, de otra manera no le es posible dotar de credibilidad sus promesas de concesiones ni sus amenazas militares a los actores regionales. Un poco más de 100 años después del Acuerdo Sykes-Picot, el gran poder europeo sobre Oriente Medio ya no es más que una anécdota del pasado. Lo trágico es que siguen siendo actores externos quienes moldean el destino de los pueblos de la región.

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