El 14 de mayo de 2017, el Palacio del Elíseo albergaba dos presidentes. El saliente, François Hollande, y Emmanuel Macron , el entrante. En el despacho de Napoleón, Hollande compartió sus opiniones con Macron, antes de la toma de posesión de éste. Hablaron de Trump, Putin, el brexit y el peligro de los nuevos populismos. Hollande exponía sus temores sobre las amenazas a la República, pero Macron manifestaba una confianza desconcertante. “Él cree firmemente en su estrella. Siempre es una fortaleza disponer de una gran confianza en la capacidad propia, hasta que ya no es suficiente… según él, una voluntad firme y mucha seducción bastan. ¿Qué podía yo decirle? Él fue mi asesor. Yo no soy el suyo” escribió Hollande sobre Macron en sus memorias.

El presidente más joven de la historia francesa se justificaba en una entrevista “la ambición nunca es modesta.” Su ascenso meteórico deslumbra. De asistente del filósofo Paul Ricoeur pasó a empleado del banco Rotschild, luego asesor económico del presidente Hollande y posteriormente su ministro de Economía. Descontento con los partidos tradicionales, en 2016 Macron renuncia al gobierno para fundar su movimiento y plataforma presidencial En Marcha, cuyas iniciales coinciden con las de Macron. Él habla inglés, francés y alemán. Disfruta leyendo a Houllebecq y Patrick Modiano, pero devora los libros de Günter Grass, Patrick Süskind y la poesía de Goethe. Le apasionan Beethoven, Bach y Mozart. “Por eso escogí música alemana para el día de mi elección.”

Define a los franceses como “monárquicos regicidas”, que desean un poder ejecutivo fuerte, pero al que puedan destronar. Sus programas sociales enfurecen a la izquierda. “Creen que regalar dinero ayuda a la gente. Distribuir dinero es una falacia porque no soy yo quien distribuye el dinero, sino que hipoteco a las generaciones futuras… creo más bien en la educación continua y el entrenamiento vocacional. Para los franceses en desventaja social, ése es el verdadero apoyo.” En política exterior, Macron ha buscado el acercamiento simultáneo con Estados Unidos y Rusia, cultivando su relación personal con Trump y Putin. Macron provocó escándalo cuando declaró a The Economist “estamos experimentando la muerte cerebral de la OTAN.” Reconoce su admiración por Ángela Merkel pues “en las cumbres, somos los únicos gobernantes que tomamos notas.”

En la crisis del coronavirus , la predicción del expresidente Hollande se cumplió. No basta la fuerza de voluntad. En su notable discurso del 16 de marzo, Macron regaña a los franceses, que ignoraron sus llamados anteriores a quedarse en casa. Multitudes en parques, mercados desbordados, restaurantes saturados. Emergencia en la capital porque los parisinos no quisieron guardarse. “Estamos en guerra… no solamente no se protegen ustedes, tampoco protegen a los otros” se desesperó Macron.

Macron anunció trascendentales medidas de rescate, consensuadas con los poderes legislativo y judicial. Prometió cuidados especiales y transporte para trabajadores de la salud y sus familias. Garantizó el abasto de mascarillas, gel desinfectante y guarderías, taxis y hoteles para los hijos del personal de salud. “El estado pagará” remató. Y añadió “ninguna empresa, sin importar su tamaño, librará el riesgo por sí sola. Ningún francés será dejado sin recursos.” Prometió apoyos fiscales, beneficios masivos para desempleados, suspendió el pago de agua, luz y gas. Creó un fondo de solidaridad para los comerciantes y artesanos con la concurrencia presupuestal de los gobiernos locales. Resulta admirable la invitación final a sus compatriotas. Pidió que permanezcan en casa para leer. Para pensar en el futuro, “el sentido de lo esencial… la cultura, la educación.” Solo en Francia . Aprendamos de ella.

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