Aprovechando la evaluación positiva que el electorado canadiense ha hecho del manejo de la pandemia y de la campaña de vacunación por parte de su gobierno, el primer ministro Justin Trudeau convocó a elecciones anticipadas para el 20 de septiembre. Desde luego, el cálculo es que las encuestas lo favorecen y logrará integrar un gobierno de mayoría, a diferencia del proceso electoral de hace dos años, cuando no lo consiguió. Originalmente, en el siglo XIX Canadá heredó el sistema bipartidista clásico de Westminster, con el partido liberal enfrentado siempre al conservador. No obstante, a diferencia del Reino Unido, Australia y Nueva Zelanda, ya en el siglo XX en Canadá no surgió un partido laborista formado por los principales sindicatos, sino que las fuerzas progresistas siguieron militando en el partido liberal, el del actual gobierno de Trudeau.

Históricamente, fue William Lyon Mackenzie King Jr., un primer ministro liberal moderado pero con gran sensibilidad social, quien construyó el generosísimo estado de bienestar y sistema de seguridad social canadiense. Esas instituciones le permitieron al gobierno de Trudeau convertir a Canadá en el país que mejor manejó la pandemia de todo el continente y uno de los más avanzados en vacunación de todo el planeta. Ahora bien, Trudeau también busca superar la sombra de su padre, el primer ministro Pierre Trudeau quien logró la victoria en tres elecciones consecutivas. Trudeau hijo fue electo por primera vez en 2015, perdió la mayoría en 2019 y busca recuperarla en esta elección. Todo parece alineado para que Trudeau alcance su meta, pues el principal partido de oposición, el conservador, encabezado por Erin O’Toole, aparece francamente abajo en las encuestas. Se habla de un profundo desaliento entre los electores y simpatizantes del partido conservador, tanto así que se anticipan altos grados de abstencionismo.

Lo más fascinante no son las particularidades de la disputa local por el poder, sino que, elección tras elección, el sistema canadiense sostiene tasas de crecimiento envidiables, así como una estabilidad y civilidad inexistentes en el resto de las democracias occidentales. No hay una sociedad polarizada ni existe una fuerza electoral significativa de extrema derecha como en Estados Unidos, Francia o Alemania, pero tampoco un radicalismo de “izquierda” al estilo tercermundista de América Latina. Algo digno de nuestra atención. Un país y un gobierno serios.

Analista.