“En política se puede hacer de todo, menos el ridículo” dijo en una ocasión memorable Josep Tarradellas. La nueva campaña “échale la culpa al PRI” ni siquiera despierta indignación, sino que inspira pena ajena. No se sabe de quién fue la idea en el CEN o con cuánto dinero los estafó el publicista de este desastre, pero la burla masiva desatada en redes sociales ridiculizó al partido. No es verdad que la campaña fracasó por la coincidencia con la detención de Emilio Lozoya. Hay una asignatura pendiente en el PRI relativa al reconocimiento de la escandalosa corrupción en el sexenio pasado. No es posible deslindarse nada más porque el aludido no militaba en el partido. Fue el partido quien llevó al gobierno a estos personajes. No se le puede ver la cara a la opinión pública con excusas tan limitadas.

Para recuperar credibilidad, deberían pedir una disculpa a los mexicanos. Por los Duarte, por Lozoya, por no tener mecanismos de identificación de candidatos de conducta cuestionable. Si al PRI le interesa ser competitivo en 2021, le urge un examen de conciencia para comprometerse con medidas específicas que impidan la postulación de figuras embarradas de corrupción. Debe imposibilitar a toda costa los comportamientos por los cuales la población repudió al partido en 2018. ¿Qué responsabilidad asume el PRI para garantizar que sus candidatos en 2021 no tengan antecedentes reprobables ni se conduzcan con deshonestidad en los cargos públicos? La simulación ya no funciona, aunque muchos quieran engañarse para desconocer su propio fracaso. Quien reconoce sus errores puede corregirlos.

El PRI puede y debe enorgullecerse de las instituciones que contribuyó a construir. No puede echárselo en cara a los mexicanos. Era su compromiso cuando estaba en el gobierno y lo hizo con los recursos públicos de los impuestos que pagaba el electorado. No le hizo un favor a nadie, cumplía con sus obligaciones jurídicas. Además, esas instituciones se construyeron con el concierto de miles de mexicanos sin filiación partidista. La campaña es asombrosamente absurda. ¿Cuándo ha visto usted un candidato demócrata en Estados Unidos que diga “voten por mí pues fue un gobierno demócrata quien estableció el New Deal hace 87 años”? Los electores exigen una oferta de futuro para resolver problemas del presente, no un recordatorio del pasado remoto. En primer lugar, quienes instrumentaron esas políticas ya están muertos y no serán candidatos en la próxima elección. En segundo lugar, precisamente el reproche al PRI es que, en años recientes, en lugar de llevar al gobierno gente como Jaime Torres Bodet, Jesús Reyes Heroles o Agustín Yáñez, las caras más visibles del partido fueron personajes como Javier Duarte y Roberto Borge.

Esto es lo que pasa cuando un dirigente se rodea de aduladores que le aplauden todo. “Qué buena idea señor presidente, grabe usted este anuncio.” Se parece tanto a aquel comercial del gobierno federal el sexenio pasado “ya chole con tus quejas.” Como ha demostrado la historiadora Doris Kearn Goodwin en su libro Equipo de rivales, la grandeza del presidente Lincoln residía en su capacidad para integrar un equipo de colaboradores plural y con opiniones distintas a las del jefe. Este contraste de valoraciones le permitió a Lincoln tomar mejores decisiones en medio de una guerra civil. No obstante, los políticos mexicanos prefieren a los lambiscones. La riqueza del PRI estuvo siempre en su diversidad. Asúmanla. Por increíble que parezca, sigue existiendo una reserva de talento crítico en los estados y entre la juventud del PRI, sobre todo en las mujeres. Ahí están Tania Larios y Cynthia López Castro. Escúchenlas.

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