En carta fechada el 3 de octubre de 1835, Alexis de Tocqueville escribió a John Stuart Mill sobre “la distinción capital entre delegación y representación.” Añadía, “se trata, para los amigos de la democracia, menos de hallar los medios de hacer gobernar al pueblo que de hacer elegir al pueblo los más capaces de gobernar, y de darle sobre ellos un imperio suficientemente grande para que puedan dirigir el conjunto de su conducta y no el detalle de los actos ni los medios de ejecución. Tal es el problema… de su solución depende la suerte futura de las naciones modernas.”

La semana pasada, el diputado Porfirio Muñoz Ledo volvió a distinguirse de su bancada en Morena mediante un discurso sobresaliente contra la extensión de mandato al presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Secretario del Trabajo, presidente del PRI, Secretario de Educación Pública, representante mexicano ante la ONU, presidente del PRD, varias veces diputado, senador, Muñoz Ledo parece haber ocupado todos los cargos en todas las épocas.

El discurso de Muñoz Ledo, culto y didáctico, impone una reflexión. Uno hubiera esperado que no fuera una intervención excepcional, pero en tiempos de indigencia intelectual y oratoria, despertó la admiración de propios y extraños precisamente por no haber otro de esa calidad. Fue necesario un parlamentario de 88 años para poner el ejemplo. A pesar de que se pronunció en Twitter contra la extensión de mandato, Pablo Gómez terminó por votar a favor de la medida. Ahí quedó la rebeldía y congruencia del héroe de 1968, probablemente doblegado ante las presiones del poder ejecutivo. Peor aún, entre los diputados y/o líderes de los partidos de oposición, ¿por qué nadie tuvo la capacidad retórica para pronunciar un discurso de alto nivel y difundirlo por todos los medios?

A diferencia de varios de sus frívolos colegas contemporáneos, Muñoz Ledo no es un político que baile en Tik Tok, no usa playeras fosforescentes para fingir juventud, tampoco sube a redes sociales la foto de su mascota ni del postre caro, no presume rutinas de ejercicio ni a su pareja sentimental en revistas del corazón. Él viene de otra época, perteneció a la célebre generación de Medio Siglo, en la que, con independencia de las preferencias ideológicas, se consideraba la política como una actividad seria, con sentido del Estado, respeto a las instituciones republicanas y no como un despliegue publicitario propio de influencers.

El profesor Rafael Segovia solía decir a sus estudiantes de El Colegio de México, con aquella ironía mordaz tan suya, que Porfirio Muñoz Ledo es el único mexicano que ha militado en todos los partidos políticos de la República y sus alrededores. Es cierto (como todo lo que decía el profe Segovia) pero actualmente don Porfirio también es el único militante de Morena que se atreve a hablar fuerte con la verdad. Es, igualmente, el único político a quien le oí preocuparse por la imagen internacional que este escándalo le produce a México. La actual legislatura pasará ignominiosamente a la historia como la que renunció a su independencia de criterio y aceptó órdenes de no cambiarle ni una coma a las iniciativas presidenciales. No obstante, será también la legislatura de uno de los grandes discursos de Muñoz Ledo. “¡Más prestigio tendremos, más seremos respetados, si más democráticos somos! México no es un rancho. Ni Macuspana, ni Batopilas. ¡México es una gran nación!” manifestó enérgico Muñoz Ledo. Palabras dignas de un representante popular, un parlamentario como lo quería Alexis de Tocqueville en su carta a John Stuart Mill. Lástima que no tengamos más de ésos.

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