El segundo culiacanazo dejó de manifiesto que los gobernadores, sin importar el partido de procedencia, son irrelevantes ante una crisis de seguridad como la que se vivió en Sinaloa. El gobernador Rubén Rocha, igual que su predecesor el exgobernador Quirino Ordaz durante el primer culiacanazo, no pudieron hacer absolutamente nada mientras la delincuencia organizada tomaba las calles de la capital de su estado y agredía impunemente a la población. Se limitaron a pedirle a la gente que se quedara en su casa, como si fueran otro ciudadano sin cuerpos policíacos a su servicio. En ambos casos quedó claro que la federación no se tomó la molestia de informarles del operativo. No sabemos si los pasaron por alto debido a desconfianza en su capacidad de guardar la confidencialidad, o de plano por desprecio a la soberanía local y la certeza de que los gobernadores no defenderán la dignidad de su estado.

En el caso de la capital del país, la entidad federativa con más recursos en todos los sentidos, la Jefa de Gobierno determinó que lo mejor que podía hacer ante los “incidentes del metro” como ella les dice, era pedir apoyo de la Guardia Nacional, un organismo federal. ¿Debe interpretarse esto como desconfianza ante la capacidad de los cuerpos policíacos locales para proteger las instalaciones del transporte público capitalino? Ante los problemas, que resuelva el gobierno federal y la entidad federativa se cruce de brazos. Es muy revelador del concepto de federalismo que tiene Morena, el partido que también ha sugerido la conveniencia de desaparecer los organismos electorales locales. La respuesta ante las crisis, cualesquiera que éstas sean, será más y más centralismo. Una presidencia supuestamente más fuerte (digo supuestamente porque los problemas no se resuelven, solo se posponen), una autoridad local dependiente y por lo tanto sometida al ejecutivo federal. Una notable desconfianza (¿o desdén?) ante la capacidad de autogobierno de las entidades.

Del lado de la oposición las cosas no pintan mejor. Los gobernadores Enrique Alfaro y Samuel García llegaron al poder con la promesa de imprimirle un sello propio a sus estados y un estilo de gobierno que los distinguiera del ejecutivo federal. No tardaron mucho en percatarse de que para eso necesitan dinero, pero no tienen (¿ni quieren tener?) capacidad recaudatoria local. A la hora de la crisis de seguridad en Jalisco o la crisis del agua en Nuevo León, lamentablemente los gobernadores tuvieron que arrodillarse ante la federación para pedir su ayuda. Recaudar impuestos entre la población tiene costos políticos que ningún gobernador está dispuesto a asumir.

Como ha demostrado en sus estudios el investigador Rogelio Hernández de El Colegio de México, los gobernadores recibieron gigantescos beneficios presupuestales de la federación durante el período de transición a la democracia. Fue una concesión muy torpe del foxismo al PRI, pues la lluvia de recursos financieros a los gobernadores no vino acompañada de candados a la corrupción. Ni siquiera de la exigencia de rendición de cuentas sobre dichos recursos. A partir del actual sexenio vuelven a dosificarse los recursos del gobierno federal a los estados. Se busca retroceder a las prácticas centralistas del porfiriato, posteriormente reproducidas en el período más autoritario de los presidentes priistas. Los gobernadores como simples cajas de resonancia del presidente, meros súbditos en provincia y ay de aquél o aquella que muestre iniciativa propia. Posiblemente los mejores gobernadores este sexenio sean los Mauricios: Kuri en Querétaro y Vila en Yucatán, pero su falta de recursos para gastar en medios los ha condenado a la irrelevancia, cuando no a la invisibilidad nacional. La lección de nuestra historia debería ser clara. En 200 años de vida independiente, las regiones más prósperas han sido las que le apostaron a desarrollar recursos locales e infraestructura propios. Las que creyeron y confiaron en su gente invirtiendo en su educación para la formación de capacidades en todas las áreas. No vamos a salir del subdesarrollo con más centralismo y sometimiento de la provincia a la silla del águila. Necesitamos desatar las energías y el talento de nuestras regiones confiando en su capacidad de lograr las cosas por sí mismos. Cuando se requiera, que haya apoyo, no estrangulamiento desde el centro.

Google News

TEMAS RELACIONADOS