La semana pasada se celebraron elecciones generales en Canadá, pero el interés mayoritario de los medios de comunicación se concentró en los comicios alemanes por la proyección mundial del gigante europeo. En Canadá obtuvo la victoria nuevamente el partido liberal encabezado por el primer ministro Justin Trudeau. En un giro muy sorpresivo y veloz de los últimos días previos a la elección, el partido conservador, encabezado por Erin O´Toole, estuvo a punto de alcanzarlo. Hay varios elementos dignos de consideración.

El primero de ellos es que el político más popular del país no es ni Trudeau ni O´Toole, sino Jagmeet Singh, líder del partido nuevos demócratas, una organización más pequeña y menos consolidada que liberales y conservadores. Singh es además un practicante activo de una religión minoritaria en Canadá, el sijismo, pero se inclina más a la izquierda que los liberales y goza de la predilección del electorado joven. Si bien Singh y sus nuevos demócratas no estuvieron ni cerca de ganar la elección, son la única fuerza política con una tendencia creciente entre las preferencias del electorado.

El segundo elemento es que podemos extraer una lección de hubris. El primer ministro Trudeau las convocó por iniciativa propia, pensando que su exitosa campaña de vacunación contra el coronavirus le daría un impulso a su partido para obtener más espacios parlamentarios y la capacidad de formar un gobierno mayoritario sin necesidad de otras fuerzas políticas. La verdad es que el tablero político prácticamente no se movió y obtuvo aproximadamente las mismas preferencias electorales y espacios parlamentarios que ya tenía. Cientos de millones de dólares gastados en forma estéril por el gobierno. El tercer elemento es que la preocupación más sobresaliente del electorado canadiense, a pesar de tratarse de un país presuntamente muy exitoso en su política ambientalista, fue el cambio climático. El cuarto elemento fue la rapidísima capacidad de crecer de los conservadores en campaña. Al principio del proceso estaban en la lona, pero un activismo político intensivo y un posicionamiento al centro, lejos de posturas radicales de derecha, les permitió por momentos, poner en duda la victoria de Trudeau.

El quinto elemento es la llamada crisis de los partidos políticos tradicionales, un fenómeno común a casi todas las democracias occidentales. Hace unos años se hablaba con ligereza de la crisis de todos los partidos, pero lo que estamos viendo en la actualidad es más bien la crisis de partidos históricos. Los partidos nuevos sí crecen. En Francia, España, Finlandia o Alemania este fin de semana, lo notable es el descalabro en votaciones de los partidos tradicionales. El centro izquierda y el centro derecha ya no le dicen mucho o por lo menos no lo suficiente a electores preocupados por cuestiones identitarias.

Juntos liberales y conservadores alcanzan un nada despreciable 66% de la votación de los canadienses, muy superior al 50% de socialdemócratas y demóocratacristianos sumando sus votos en Alemania. Es decir, todavía dos tercios del electorado canadiense se siente representado por un partido tradicional, pero la tendencia es a la baja. Faltan hipótesis para entender esto. No es solamente que las identidades políticas convencionales se explicaban en función de la clase social y esto ya no es suficiente. Es que Canadá es una excepción en el clima de polarización de la mayor parte de las democracias y nadie ha explicado con claridad porqué. Se me ocurre quizá que no ha desmantelado su estado de bienestar como otras democracias y eso favorece la estabilidad, pero es preciso explorar más, pues ahí puede residir la clave para salvar las democracias liberales de nuestro tiempo.

Analista.
@avila_raudel

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