El organismo de las Naciones Unidas para la alimentación nació a raíz de una catástrofe. Tres cuartos de siglo después, su misión es más pertinente que nunca para todo el planeta debido a otro flagelo mundial.

No voy a negarlo: cuando asumí el cargo de Director General de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) el año pasado, apenas pude contener la emoción. Al fin y al cabo, la fundación de la FAO precedió —aunque fuese solo por unos pocos días— a la de las propias Naciones Unidas. El hecho de que yo, nacido en una familia de campesinos chinos, pudiera llegar a dirigir una institución tan venerable era realmente asombroso.

Lo que no esperaba era que, poco después de comenzar mi mandato, el mundo se enfrentaría a un desafío de dimensiones que no se habían visto desde el final de la Segunda Guerra Mundial. La pandemia de la enfermedad por coronavirus (COVID-19) no solo ha causado estragos en las vidas y la salud de las personas; también amenaza los medios de vida de cientos de millones de personas en todo el mundo. La seguridad alimentaria, hasta hace poco un concepto extraño para muchos de los habitantes de los países prósperos, de repente aparecería en los titulares de las noticias en todo el mundo y ocuparía un lugar prioritario en los programas de numerosos actos de alto nivel.

Regresemos a 1945, el año en que se fundó la FAO: un tercio de las víctimas de la Segunda Guerra Mundial habían muerto de malnutrición y enfermedades conexas. Las hambrunas habían diezmado las poblaciones durante los decenios anteriores. Así pues, las naciones se reunieron, y se creó la FAO el 16 de octubre de 1945. Sus fundadores invistieron la nueva institución con la aspiración mundial de ayudar al mundo a reconstruir y expandir la agricultura y de poner fin al hambre para siempre.

La crisis actual puede ser mucho menos apocalíptica. Pero las cifras no son menos alarmantes. Incluso antes de la llegada de la COVID-19, había casi 700 millones de personas subalimentadas. Los trastornos económicos asociados a la pandemia pueden añadir unos 130 millones de personas a ese número. Durante los primeros días de la pandemia, cuando se vaciaron las estanterías, cuando desaparecieron los recolectores de frutas, cuando se silenciaron los mercados, nos dimos cuenta de que estábamos dando por descontados estos servicios, y a las personas que los brindan. El imperativo moral de alimentar al mundo — en condiciones de inocuidad, de forma duradera y con dignidad para todos— es tan urgente en la actualidad como lo era después de la guerra. Soy consciente, al escribir estas líneas, de que la analogía con 1945 termina allí. En aquel momento la crisis se refería a la producción. Los primeros años de la FAO se centraron principalmente en expandir la producción de las explotaciones agrícolas, aumentar los rendimientos y apoyar la mecanización y los sistemas de riego. Durante los decenios siguientes, esta visión se volvió infinitamente más complicada, ampliada con las preocupaciones sobre el medio ambiente y la sostenibilidad. Se afianzó una concepción más holística del desarrollo. Hasta mediados del decenio de 2010, el mundo estaba realizando progresos impresionantes en la reducción del hambre. Pero desde entonces ha vuelto a aumentar. Los conflictos y los fenómenos meteorológicos extremos son los culpables, al menos en parte.

Lo que ahora necesitamos es una acción inteligente y sistémica para proveer de alimentos a quienes lo necesiten y mejorar los de quienes ya dispongan de ellos. Acción para prevenir que los cultivos se pudran en el campo, por falta de cadenas de suministro eficientes. Acción para potenciar el uso de herramientas digitales e inteligencia artificial, con el fin de predecir los peligros para la producción, activar automáticamente los seguros de cosecha y reducir el riesgo climático. Acción para salvar la biodiversidad de la erosión incesante. Acción para convertir las ciudades en las granjas del mañana. Acción de los gobiernos con miras a ejecutar políticas para que las dietas saludables sean más accesibles. Acción de los organismos, como la FAO, para que recurran unidos a grupos de reflexión y de acción y se pongan en contacto con la comunidad investigadora y el sector privado para desplegar el poder de la innovación.

Por lo tanto, la FAO, a sus 75 años, está lejos de pensar que ha concluido con éxito su misión. Tampoco estamos soñando despiertos. La COVID-19 ha dejado meridianamente claro que nuestra misión es tan pertinente como cuando nuestros fundadores crearon la FAO en 1945. Los cataclismos son un acicate para la renovación. La pandemia nos ha hecho recordar, sin excepción, que la seguridad alimentaria y las dietas nutritivas nos importan a todos.

De ahí que la FAO se esté embarcando hoy en día en el próximo capítulo de su historia con un sentido renovado del propósito. Desde el punto de vista estructural, un enfoque modular y una estructura de liderazgo más plana permiten una respuesta más rápida cuando se producen crisis. Un Programa de respuesta y recuperación de la COVID- 19 integral y holístico aborda de manera proactiva y sostenible los efectos socioeconómicos de la pandemia, mitigando las presiones inmediatas, al tiempo que fortalece la resiliencia a largo plazo de los sistemas alimentarios y los medios de vida. Nuestra iniciativa de emparejamiento Mano de la mano acelera la transformación agrícola y el desarrollo rural sostenible en los países en los que se registran las tasas más altas de pobreza y hambre. Esta se apoya en una plataforma geoespacial concebida como un bien colectivo de dominio público que ya agrega grandes cantidades de datos sobre seguridad alimentaria. Se ha creado un puesto de Investigador Jefe con objeto de intensificar la generación de conocimientos e impulsar asociaciones científicas orientadas a los Objetivos de Desarrollo Sostenible. La nueva FAO reformada es más inclusiva, eficiente y dinámica y se centra en lo que hemos denominado las “cuatro mejoras”: una producción, una nutrición, un medio ambiente y una vida mejorados.

Creo firmemente que el futuro se hace con estos gestos, y lo hacemos nosotros, nuestros asociados y la sociedad civil. Hace falta mucha gente para acabar con el hambre. Se necesita, por cierto, de todos nosotros.

Director General de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.

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