Agradezco a todos el valor de su compañía en este mediodía de la inteligencia y el compromiso. A quienes expresaron con lucidez sus convicciones y a quienes han manifestado con su presencia la voluntad irrevocable de ejercer plenamente sus derechos políticos y contribuir a la transformación del país.

El Movimiento por la República cobró forma a partir de un hecho insólito: el llamado explícito del jefe del Ejecutivo a los legisladores federales para que prolongásemos el mandato del presidente de la Suprema Corte, a despecho de la Constitución.

Este expediente se acumuló a otros agravios sentidos por la población. En particular, el crecimiento gradual de un mega presidencialismo acompañado por el desdén a las expresiones libres de la ciudadanía y un afán indomeñable de masificar a la sociedad.

Han corrido 35 años desde que fundamos la Corriente Democrática que resquebrajó pacíficamente un régimen autoritario y abrió paso al pluralismo político, la vigencia de las ideologías y la alternancia de los partidos en el poder público.

La trayectoria de México es la forja de un Estado nación que ha sepultado a los caudillismos ancestrales erigidos mediante la sumisión implacable de los gobernados. Mal haríamos en cohonestar que el gobierno se concentrase de nuevo en un Ejecutivo omnipresente y piramidal. Sería una lamentable regresión y una involución histórica semejante a las que han producido los golpes de Estado.

Las ideas y las instituciones democráticas son fruto de una larga gestación. En un país de revoluciones como el nuestro, numerosas leyes han sido escritas con sangre y sólo podrían ser extirpadas mediante sacrificios equivalentes. Quienes pretendiesen enviarlas al infierno tendrían que liquidarlas y asumir un poder sin fronteras. Tal desmesura sólo podría explicarse por emergencias devastadoras o delirios de grandeza.

Según el Antiguo Testamento, la soberbia es el pecado que despeñó a la especie humana. En política ha sido la tumba de los gobernantes que olvidan el muro la realidad. La complejidad del país plantea más interrogantes que descifrar y menos respuestas precipitadas, confusas y en ocasiones truculentas. Cuando la verdad proviene de un sólo hombre, es una mentira. Sólo en Babilonia y en los centros de salud mental tiene cada quien sus datos propios.

El entendimiento de la modernidad es hoy condición imprescindible para gobernar, sobre todo en los países más atrasados. La suplantación de la ciencia por la improvisación es el camino más corto hacia el fracaso.

El mayor peligro que afronta la humanidad es el calentamiento global que causaría desastres irreparables en el planeta. Nuestro país ha sido un actor de vanguardia en los acuerdos internacionales para la protección del medio ambiente, la transición energética y el desarrollo de las energías nuevas, renovables y no contaminantes. Al suscribir esos compromisos ejercimos la soberanía nacional, la que no puede hoy invocarse para transgredirlos por la toma de decisiones aldeanas.

La combinación entre fragilidad interna y ansia por sobresalir nos ha dañado severamente. Conduce a decisiones irracionales y a desalientos paralizantes. Las determinaciones de Estado exigen información, deliberación y prospectiva.

La polarización puede ser útil para obtener el poder, pero no para ejercerlo. Los enormes problemas que afronta la nación demandan objetivos claros y soluciones diferenciadas. La antítesis entre el blanco y el negro es una cuestión cromática, que no política.

En las recientes elecciones, las más grandes de nuestra historia, no hubo ningún debate público conocido. Las ideas y las propuestas fueron suplantadas por el dinero.

En las democracias incipientes es peligroso debilitar a las instituciones públicas y a las organizaciones sociales, so pretexto de consultar directamente al pueblo. El sistema referendario suprime al pluralismo y conlleva a una concentración abusiva de poder.

Se ha consumado ya la primera mitad de este sexenio. Se ha instalado en los hechos un nuevo régimen de gobierno. Los cambios ocurridos son relevantes y numerosos. Merecen un análisis detenido.

Es tiempo de serenar la política y promover la concordia. El proyecto que presentamos con fines electorales, y que mereció el respaldo mayoritario del pueblo, es la Cuarta Transformación del país por medio de una Nueva República.

La presente legislatura promovió reformas sustantivas a la Constitución, pero no elaboró una nueva Carta Magna. Las modificaciones aprobadas tocan 55 artículos, en cambio las reformas introducidas durante el periodo neoliberal introdujeron un número mucho mayor de modificaciones. El texto constitucional se ha vuelto todavía más prolijo y contradictorio. De los 136 artículos que lo componen, sólo 22 se mantienen intactos.

Hace 21 años, en un ejercicio plural como éste, quedaron delineados y redactados los objetivos de una profunda reforma del Estado. Nuestro supremo deber es emprender una revisión integral de la Constitución o bien convocar a un Congreso Constituyente. Honrar la palabra empeñada.

Muchas gracias por su atención y paciencia.

Intervención del Diputado Porfirio Muñoz Ledo, en el Conversatorio del Movimiento por la República el 31 de agosto de 2021

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