Por Odette N. Ferrer Aldana

La capacidad de la humanidad para percibir y comprender el mundo que nos rodea nos impone la responsabilidad de abordar los problemas ambientales que hemos generado, ha sostenido a lo largo de su trayectoria profesional el muy reconocido científico mexicano, Dr. José Sarukhán Kermez.

El exrector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) ha insistido en la necesidad de crear escenarios en los que todos tengan la oportunidad de acceder a los recursos necesarios y de contribuir a un futuro mejor.

La Cumbre Climática Juvenil Nacional de México 2025 (LCOY, por sus siglas en inglés), una “mini-COP” climática organizada por y para juventudes, se llevó a cabo del 30 de julio al 1 de agosto en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Participamos 400 jóvenes activistas de 29 estados.

Se trata de un acuerdo que abre un canal permanente de diálogo entre juventudes y autoridades para enfrentar la crisis climática. No es vinculante, pero deja claras tres premisas:

1) La corresponsabilidad intergeneracional;

2) El reconocimiento de las juventudes como protagonistas presentes; y

3) La necesidad de sostener un intercambio respetuoso, abierto y financiado.

Aunque muchas voces no pudieron estar presentes por falta de financiamiento, el esfuerzo colectivo logró sacar adelante el evento. Y lo mejor es que esto no termina aquí: en 2026, las Cumbres Climáticas Juveniles (CCJs) por estado abrirán nuevas puertas para que más jóvenes hagan oír sus voces desde sus territorios.

La pluralidad de la participación de mujeres, comunidad LGBTTTIQ+, comunidades indígenas, neurodivergentes, y comunidades rurales desafía el estereotipo del “activista verde” urbano. Aquí confluyeron voces que hablan maya, rapean en náhuatl o protegen manglares en Quintana Roo. Sus diagnósticos son tan diversos como los biomas que habitan, pero convergen en algo: la emergencia climática es también una crisis de desigualdad y de derechos humanos.

Fui delegada por mi región y mis compañeras del eje de Justicia Climática me eligieron vocera. Ese título pesa: significa traducir dolores territoriales a lenguaje negociador.

Los seis ejes —pérdidas y daños; decrecimiento, sistemas alimentarios y agua; transición energética justa; adaptación y justicia climática; financiamiento y deuda; y defensa del territorio— desembocaron en una Declaratoria Climática Juvenil.

El texto exige reparación histórica, intercambio Sur-Sur y aplicación plena del Acuerdo de Escazú (el tratado para proteger a la gente que cuida la naturaleza). En México esto es urgente. Nuestro país está entre los más peligrosos del mundo para quienes defienden la tierra.

Fuera de las plenarias ocurrió lo esencial: redes de amistad y alianza que ya planean cumbres desde Baja California hasta Chiapas; talleres de arte que convirtieron la eco-ansiedad en poesía e intercambios de semillas nativas. Cada gesto demuestra que la acción climática nace en el territorio y se multiplica cuando la gente se sabe acompañada.

Otro mundo no solo es posible: ya está en construcción. La chispa no se apaga. Mantenerla viva dependerá de aterrizar los acuerdos en nuestros estados y de exigir que las autoridades los lean antes de que la tinta se seque. Porque cuando las juventudes se organizan, la esperanza deja de ser promesa y se vuelve acción.

Egresada de la Licenciatura en Ciencia Política y Relaciones Internacionales del CIDE.

@pormxhoy

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