Durante la administración de Donald Trump, la relación con México se construyó sobre la base de constantes presiones hacia los gobiernos de Peña Nieto y de López Obrador, además de las descalificaciones a los migrantes mexicanos, con un discurso de odio y políticas persecutorias. Esta política permitió a Estados Unidos establecer las condiciones para alcanzar la ratificación del Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), bajo las mejores condiciones para nuestro vecino del norte y delinear la política migratoria de nuestro país, bajo los criterios dictados por los estadounidenses, haciendo de México el brazo ejecutor de la política norteamericana de contención de los flujos migratorios y el muro que tanto pregono Trump.

En el ocaso de la administración de Donald Trump el balance es favorable a Estados Unidos, país que logró imponer su agenda bilateral a un gobierno mexicano temeroso de contradecir a Trump, llegando al grado de rendir cuentas de los avances de las acciones migratorias mexicanas, lo que trajo como consecuencia que dicha agenda solo contemplara aquellos temas del interés de Trump, como frenar la migración a su país.

Con la llegada de Joe Biden a la presidencia de Estados Unidos se abre la posibilidad de construir una agenda bilateral amplia que contemple, además del tema migratorio, la seguridad fronteriza para atender el tráfico de personas, armas y drogas; salud, que incluya la protección de la comunidad mexicana migrante radicada en Estados Unidos, a fin de que reciban atención medica en medio de esta pandemia y sean vacunados contra el Covid-19; intercambio comercial, sin olvidar que ese país es nuestro principal socio comercial, que la economía de México tiene una gran dependencia de la economía estadounidense y la urgencia de reactivar ambas economías; medio ambiente, comercio internacional, entre otros.

La posibilidad de generar una cooperación más amplia con Joe Biden, que parta de la construcción de una agenda bilateral sólida, podría verse afectada por la posición asumida por el presidente de México, quien jamás reconoció el triunfo del presidente electo de Estados Unidos hasta que el Colegio Electoral de ese país calificó las elecciones. Parecería un tema menor pero evidenció una clara inclinación hacia un candidato: el perdedor Trump.

La llegada de Joe Biden a la Casa Blanca nos hace pensar en una nueva era de gobierno con un cambio importante en el ejercicio del poder, ajeno a caprichos y desplantes, con un presidente con la suficiente voluntad política para construir nuevos puentes de diálogo para establecer una mejor y fluida cooperación bilateral en beneficio de la población de los dos países.

Biden, como presidente de Estados Unidos, habrá de desplegar una estrategia que le permita recomponer la posición de ese país en el mundo, tras cuatro años en lo que Trump provoco una fuerte división al interior de su país, fracasó en su política de combate a la pandemia y afectó la relación con otras naciones y organismos internacionales, tales como la salida de Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica; el Acuerdo Climático de París; el Acuerdo Nuclear P5+1 con Irán, o el retiro del Consejo de Derechos Humanos de la UNESCO y de la OMS, así como restaurar las relaciones con Rusia, sus aliados de la OTAN y la Unión Europea y superar las fricciones con China.

En cuanto a la relación con México, ojalá el gobierno mexicano aproveche la oportunidad para integrar una agenda común bajo el principio del respeto entre dos naciones soberanas.

En el tema migratorio, esperamos se materialice el paquete de reformas migratorias que Biden prometió, como candidato, aplicaría en los primeros 100 días de su gobierno, a fin de alcanzar una reforma migratoria integral que no solo revierta las medidas antiinmigrantes de Trump, sino que inicie un proceso que otorgue la ciudadanía a 11 millones de inmigrantes; establezca un mecanismo legal que proteja a los Dreamers de una posible deportación; anule las restricciones de viajes impuesta por Trump a ciudadanos de 13 países; inhabilite las regulaciones que prohíben a empresas norteamericanas contratar a personas extranjeras; derogar las disposiciones que limitan otorgar la calidad de refugiado; frenar el desvío de recursos del Pentágono para la construcción de un muro fronterizo y terminar con el programa “Quédate en México”, que obliga a los solicitantes de asilo a quedarse en México, en tanto se resuelve su petición.

Estamos frente al ocaso de una administración que agredía y el inicio de otra que parece priorizar el diálogo y las propuestas. Todo dependerá también de la posición que asuma el gobierno mexicano: Construir o someterse como lo hizo con Trump. Todos esperamos que, ahora sí, el gobierno de nuestro país anteponga los intereses de los mexicanos en esta nueva agenda bilateral.

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