En 2006, cuando Andrés Manuel López Obrador fue derrotado por el candidato del PAN, Felipe Calderón Hinojosa , las llamadas de felicitación de mandatarios de otros países a este último fueron llegando de inmediato. En tanto, inmerso en su discurso del fraude y robo de la elección en su contra, López Obrador hacia un llamado a un nuevo conteo, “voto por voto, casilla por casilla”, y se negaba a aceptar su derrota, esforzándose cada día después de la jornada electoral a deslegitimar el proceso electoral. Cuando en el nuevo conteo no logró acreditar las irregularidades, se proclamó “presidente legítimo”.

En 2012, cuando fue derrotado por Enrique Peña Nieto, nuevamente aplicó la misma estrategia: demandar fraude y robo de la elección para arrebatarle la presidencia.

Es más, llegó al grado de descalificar a las instituciones encargadas del proceso electoral y su discurso, durante años, se centraría en denostar a la autoridad electoral y al propio tribunal electoral del país.

Esta situación solo cambio cuando la autoridad electoral reconoció su triunfo en 2018.

En la elección presidencial de Estados Unidos, pareciera que López Obrador asumiera una posición a la que él vivió, pero con un pequeño detalle: el candidato perdedor es Donald Trump.

Desde el sábado 7 de noviembre, Joe Biden recibió felicitaciones de distintos Jefes de Estado y de Gobierno: Justin Trudeau de Canadá; Emmanuel Macron de Francia; Angela Merker de Alemania; Benjamín Netanyahu de Israel; Narendra Mori de la India, y hasta el propio Nicolás Maduro de Venezuela se pronunció sobre el triunfo de Biden.

Actualmente, solo tres presidentes se han negado a aceptar el triunfo de Biden: Vladimir Putín de Rusia; Jair Bolosnaro de Brasil y Andrés Manuel López Obrador de México.

Ante esta cuestionable posición del presiente mexicano, vale la pena preguntar: ¿Cuáles son los motivos de fondo que le impiden reconocer el triunfo de Biden?

Parte de la respuesta, muy delicada por cierto, se encuentra en las primeras declaraciones de López Obrador, cuando el 7 de noviembre, intentó justificar su recelo a reconocer el triunfo de Joe Biden, cuando, haciendo referencia a las elecciones de Estados Unidos, hizo referencia a su experiencia personal: “cuando nos robaron algunas veces la presidencia, todavía no se terminaban de contra los votos y algunos gobiernos extranjeros estaban reconociendo a los que se declararon ganadores. Todavía no había un cómputo legal y el presidente de España, Zapatero, ya estaba felicitando a Calderón".

Sorprende la actitud del gobierno de México, particularmente porque ha sido clara la posición de complacencia ante las presiones del gobierno de Donald Trump que lo colocó en la incómoda posición de adoptar la política migratoria de Estados Unidos solo que trasladando las medidas de contención de los flujos migratorios a la frontera sur de nuestro país, con lo que México, con el uso de la Guardia Nacional, se convirtió en el muro que tanto pregonó Trump.

Es más, el presidente mexicano, el mismo que hoy se dice respetuoso de la política interna de los países, acudió en julio a la Casa Blanca, en pleno proceso electoral a tomarse la foto con Donald Trump y a dar el respaldo a un candidato presidencial de otro país, pronunciando un discurso cargado de alabanzas hacia el presidente estadounidense.

Pareciera existir en López Obrador, temor de que su reconocimiento hacia Joe Biden pudiera derivar en alguna acción en contra de su gobierno, por parte de quien, ha afirmado, ha sido respetuoso de nuestro país, cuando desde antes de su llegada Trump no ha tenido más que descalificaciones y acciones racistas hacia los mexicanos.

Lo cierto es que la política exterior desplegada por el actual gobierno muestra ciertos altibajos. México necesita una conducción de Estado en sus relaciones internacionales, ajena a fobias y compromisos personales del habitante de Palacio Nacional.

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