Siempre creí que Genaro García Luna había empezado a prepararse para su vida fuera de México en el año 2009, cuando sus socios comenzaron a comprar propiedades en Miami. Pero el gobierno mexicano cree que no, que fue mucho antes, en 2005, cuando aún no lograba el puesto de secretario de Seguridad Pública, después de un encuentro casi fortuito con Felipe Calderón.

En el 2005, García Luna dirigía la AFI. Dice la fiscalía en Nueva York que ese año habría recibido sus primeros sobornos del cártel de Sinaloa. Y justo entonces, advierte el gobierno de México, se creó una empresa en Panamá con la cual se organizaría un entramado financiero para asegurarle un retiro en Florida con piscina, embarcadero, palmeras y salida al mar.

Esta semana publicamos en exclusiva en Univision Investiga el contenido de dos denuncias penales y una tercera, presentada ante la Secretaría de la Función Pública, que explican cómo cree el gobierno mexicano que García Luna preparó y gozó sus años de retiro, antes de ser detenido en Texas en diciembre de 2019.

El documento afirma que las propiedades y las transferencias multimillonarias fuera de México –más de 50 millones de dólares que recorrieron 11 países– “con un grado alto de probabilidad” tuvieron su origen en el pago de sobornos de corrupción política y con dinero que venía de la delincuencia organizada.

La unidad de Inteligencia Financiera de Hacienda elaboró las denuncias. Sus investigadores describen una red como las que encontramos hace años los periodistas que participamos en la investigación global Panama Papers. En aquel momento, hallamos que el dinero de futbolistas famosos, contadores de organizaciones del narcotráfico o gigantes corporativos se escondía detrás de montañas de compañías de papel y funcionarios que en realidad eran oficinistas en edificios calurosos y llenos de empleados con sueldos bajísimos en Panamá.

Una compañía era dueña de otra, que transfería dinero a otras más, en distintos continentes, hasta que la pista de los dólares, en el papel, se perdía, y tras muchos documentos y formalidades, una empresa de títulos de crédito celebraba la compra de alguna propiedad, en algún sitio paradisiaco, donde no figuraba ni por asomo el nombre ni el rastro que inició toda la red.

La de García Luna es muy similar. Operó desde México, en una oficinita en un segundo piso en la Condesa, con más de 30 compañías y una red de participantes que tocaba a un puñado de personas, quienes paradójicamente aparecen fotografiadas todos juntos en una fiesta de cumpleaños.

Seguir el rastro de García Luna me ha formado en parte como periodista. El fin de semana, cuando preparaba el reportaje para Univision, hallé un viejo archivo de casi 200 documentos que comencé a organizar en 2012 y al que he ido sumando pistas y detalles durante casi una década.

En los próximos meses, habrá en Nueva York un intenso cabildeo de pruebas y testimonios, con los que la fiscalía buscará un juicio que ejemplifique por qué también los funcionarios extranjeros deben temer a la justicia de Estados Unidos, y no únicamente los narcotraficantes.

En México, faltan muchas preguntas por responder. ¿Con ayuda de quién García Luna y sus socios lograron sacar más de 200 millones de dólares del erario? ¿Quiénes les dieron esos contratos, dónde están hoy esas personas, quiénes más han hecho negocios, amparado s en la guerra? Por ahora, en las denuncias mexicanas hay una afirmación contundente: el segundo hombre más poderoso de la guerra contra el narco en México armó una red para lavar dinero, obtenido de un modo misterioso y cuestionable, por decir lo menos, primero como servidor público de una administración, la calderonista, y luego como contratista de otra, en el peñismo.

¿Quiénes en esos gobiernos debieron sospechar algo y no lo hicieron? Me alegra ser periodista y vivir en un tiempo cuando podemos seguir hurgando, hilvanando, contando estas historias.

@PenileyRamirez

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