Está de moda ser feminista. Todos quieren ser los primeros en apoyar el paro del 9 de marzo, recalcar que respetan la libertad de las mujeres y que no es nuevo sino “congruente con sus valores”. Coca-Cola envió anuncios ufanándose de que eran feministas desde 1886. Como ejemplos, dicen que involucraron mujeres en el desarrollo de productos bajos en calorías.
Esta semana, Miguel Barbosa dijo: “me declaro feminista. Porque tengo una gran responsabilidad como gobernador, porque adoro a mi esposa”; en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador dicen que esta administración lo es, porque hay muchas mujeres en el gabinete. En los medios, las portadas de los tabloides han sustituido la sangre de las mujeres por las fotos de féretros y familiares desolados, ante cada uno de los 10 feminicidios que ocurren cada día en México.
El feminismo está llegando al intangible sitio de lo políticamente correcto. El #9M ha puesto a empresas y dependencias a preguntarse qué porcentaje de mujeres hay en su plantilla laboral y cómo podrían funcionar sin ellas. Ha obligado a las escuelas a reconocer que más del 80% de sus empleadas son mujeres y que sin ellas deben organizar un día sin clases, o cerrar. Ha puesto en la conversación cuántas somos y qué hacemos.
Pero otra cosa está sucediendo tras bambalinas. La Confederación de Cámaras Nacionales de Comercio, Servicios y Turismo (Concanaco) anunció que no promoverán el paro, porque costará 26 mil millones de pesos al país. En Coahuila y Guanajuato, la Confederación de Trabajadores de México pidió a las mujeres que muestren su apoyo “portando un listón o una blusa de color morado, pero que sí acudan a trabajar”.
El Hospital Juárez de México invitó “a todo el personal a asistir portando un distintivo morado” y a “participar en una fotografía de apoyo”. En Farmacias del Ahorro, pidieron a sus empleadas que asistan y usen ese día “una prenda de color morado para demostrar respeto y unión”. Mientras, en el Instituto Nacional de Cancerología, las mujeres han llenado un mural con las frases machistas que escuchan cada día de sus compañeros hombres.
Las empresas, legalmente, pueden descontar el día a sus empleadas, pero el doble discurso —de las que han anunciado apoyo público y consecuencias laborales internamente— ha generado una gran molestia. Las entrevistadas han pedido anonimato, pues temen ser despedidas. En Grupo Salinas, dicen, anunciaron apoyo al paro, pero han pedido a los supervisores listas de quiénes no irán. Algunas empleadas temen que esas listas se utilicen para despedirlas más adelante. “Están dejándonos elegir y sin poner faltas injustificadas, pero igual nos descontarán el día”, dijo una empleada de Elektra.
En otra área del grupo, una chica dijo que sus jefes anunciaron que solo con una incapacidad o una receta del IMSS aceptarían que no asista, sin descuento. Y una más, con cargo directivo, dijo que su jefe le pidió que explicara por qué se unía, e informara quiénes más de su equipo lo harían. “No me importa el descuento, lo que me ha molestado son las formas”, dijo en entrevista. Un vocero del Grupo Salinas respondió para esta columna que por el momento no harán ningún pronunciamiento acerca de estas críticas.
Hay muchos casos similares. Colgate anunció a sus empleados que podían unirse al paro en tres formas: trabajando desde casa, portando una prenda morada o trabajando regularmente. Vicky Form informó a sus empleadas que les descontarían el día, mientras en público difundió que “respeta el movimiento”.
En un comunicado, Banorte anunció que respetaba el paro y ofrecían su “solidaridad”. Al interior, dos empleadas contaron que les avisaron que podían “tomarse el día”, pero debían reponer las horas en sábado.
Antes del 9M, hay una pequeña batalla ganada. Muchos han asumido, aunque lo digan por figurar, que estar del lado de las mujeres es lo correcto. Desde el periodismo, nos tocará ahora revisar uno por uno de estos nuevos feminismos de papel, seguirlos, confrontarlos, exhibirlos.
@penileyramirez