Mientras parece imposible que se transforme en su campaña para un segundo mandato, manteniéndose igual a sí mismo, el Presidente Donald Trump apuesta por su reelección.

Se trata de un Presidente que dice, twittea y hace lo que piensa. Su éxito es en parte producto de la franqueza instantánea de su pensar, la defensa de todo lo que se le ocurre, incluso a pesar de estar equivocado.

Durante su mandato, el estilo de gobernar por decreto medial y su predilección por desafiar lo políticamente correcto, ha hecho tocar todas los pliegues de la ferocidad de propios y extraños, tratandoles como espectadores consumados: con su base electoral más firme, que le justifica su ideario supremacista; con personas migrantes (latinos / musulmanes, pero especialmente mexicanos y centroamericanos), ofensas indiscriminadas dirigidas a mujeres, y particularmente, a quienes se han indignado con su retórica misógina y racista.

El imaginario entre quienes se asumen directa e indirectamente indignadas e indignados por su sistema de poder corrosivo, es que parece creer que puede burlar todo y nunca ser atrapado, con embestidas ejecutivas que se han expandido sin resistencia eficaz partidista opositora y sólo con contrapesos relativos en el sistema judicial y educativo estadounidense.

Y se presenta ahora una nueva acusación contra el Presidente de la mano de Nancy Pelossi, la líder demócrata de la Cámara de Representantes. Pelosi anunció la semana pasada el comienzo de una investigación formal de juicio político después de que surgió información que involucraría la petición del Presidente Trump al Presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, a que investigue al hijo del ex vicepresidente Joe Biden por presunta corrupción, previa orden de suspensión de ayuda militar de más de 400 millones de dólares a ese país de Europa del Este condicionada a la posición de Zelensky. En la voz de Pelossi: “El Presidente admitió haber pedido al presidente de Ucrania, que tome medidas que lo benefician políticamente”.

El juicio de destitución a Trump está cantado por Pelossi, dice Karl Rove (estratega de campaña de George W. Bush), más que por convicción, forzada y presionada por sus pares demócratas, aunque el trasfondo sigue teniendo un valor político clave:

colusión con un país extranjero poniendo en tela de juicio la autonomía del sistema democrático electoral estadounidense.

La nueva ofensiva demócrata contra Trump se da en un contexto en el que Joe Biden, Elizabeth Warren y Bernie Sanders se disputan la nominación de la candidatura demócrata presidencial, registrándose hasta ahora ligera ventaja del ex vicepresidente Biden en las encuestas nacionales.

El trasfondo de esto muestra tanto a un presidente Trump ávido en evitar que Biden consolide su posición como aspirante presidencial, aunque el ahora ex Vicepresidente no muestra haber aprendido la mejor arma táctica de Obama en su campaña por la Presidencia: ofrecer su verdad, reconocer sus errores y publicar con absoluta anticipación sus posibles ámbitos de mayor vulnerabilidad política -como los que ahora se señalan respecto a la trayectoria de negocios extranjeros de su hijo-, sin miedo alguno a lo que se presente.

Con Canetti, en Masa y Poder, se aprehende que el poder es un juego transparente de simulaciones y máscaras, en la que el detentador del poder se vuelve suficiente para sí mismo y silencia su metamorfosis: sobre todo aquello que los actores no desean que se transforme.

“El poderoso, escribe Canetti, lidera una batalla ininterrumpida contra toda metamorfosis espontánea e incontrolada” [Canetti, E. Massa e potere, Milano, Tascabili Bompiani, 1990, págs. 1225-1226, trad. it.]. Siempre en guardia, dando más y más resonancia a sus políticas y a sus contraataques, Trump busca desenmascararlos, volver inofensivos a sus interlocutores y a sus adversarios.

En medio de cientos de acusaciones contra el Presidente Trump, la crisis actual puede eventualmente derivar en una crisis constitucional coyuntural (dado que pretendió involucrar a su Procurador de Justicia y a su abogado personal Giuliani en la negociación con el presidente ucraniano), proceso que será avante en la Cámara de Representantes y con audiencias auspiciadas por la Presidencia de la Suprema Corte [Véase Halstead, T.J. “An Overview of the Impeachment Process”, CRS Report for Congress, Abril de 2005], pero no se realizaría la destitución al menos por matemática simple: en el Senado estadounidense se requieren dos terceras partes de los votos y los republicanos refrendaron el control mayoritario de la Cámara Alta en noviembre de 2018.

Pero si los demócratas logran expulsar a Trump de la Oficina Oval ¿Qué significaría para EE. UU. y países vecinos tener al Vicepresidente Pence como el próximo en la fila?; ¿Podrían los demócratas probar que Pence es también corresponsable en el desacato a la Constitución tal como el propio Trump?; ¿Verán los demócratas a Nancy Pelossi, por necesidad política y constitucional, como su mejor carta para la silla presidencial al final del ciclo del impeachment?

Hasta ahora, en este espejo de máscaras, los demócratas todavía pueden salir debilitados y si no logran forjar una candidata o un candidato creíble y eficaz para la Presidencia, perderán nuevamente la elección nacional, dando la razón a Trump de que es el mejor arquitecto -a pesar de sí, de sus errores y el proyecto que representa para sus detractores dentro y fuera de EE.UU.-, de su sobrevivencia y éxito político.

@pedroisnardo

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