El pensamiento filosófico de Baltasar Gracián siempre es orientador, máxime cuando hay empeño en hacer añicos la República.

Se olvida la guía rectora de la política.

Cada aforismo del pensador jesuita está lleno de sabiduría, sus enseñanzas son atemporales, universales.

Recordemos a nuestra “clase política” llena de cólera, algunos de aquéllos rogando su lectura y reflexión.

A manera de ejemplo:

“Hay mucho que saber y la vida es corta, y no se vive si no se sabe. Es, pues, una singular habilidad aprender, aprender mucho de los demás”.

Aunque nos parezca absurdo contamos con gobernantes que creen que todo lo saben.

Mire éste: “nunca perder la compostura”. La finalidad principal es elegir siempre la senda estrecha de la prudencia.

La necesidad de una meta no sólo es consustancial a la prudencia: la meta perseguida y el camino que se recorre resultan vitales.

O esta sentencia para quienes cada mañana buscan quién se las pague: “ahorrarse disgustos. Hay quien no sabe vivir sin ningún sinsabor cotidiano”.

No se puede presumir humanismo práctico , ni excelencia ni mérito, sin la virtud de escoger un buen equipo de trabajo:

“Contar con buenos colaboradores, la grandeza del superior nunca disminuyó por la competencia del subordinado. Los colaboradores deben ser elegidos y probados, pues de ellos dependerá nuestra reputación”.

Veamos su juicioso pensamiento sobre sabiduría y valor :

“son elementos de la grandeza, dan inmortalidad. Uno vale lo que sabe. Una persona sin conocimientos vive en la oscuridad. El saber sin valor es estéril.”

Un aforismo profundo:

“Nadie es perfecto, no nacemos perfectos, cada día nos desarrollamos en nuestra personalidad y en nuestra profesión. Esto se conoce por la pureza de nuestros gustos, por la claridad de nuestras ideas, por la madurez de nuestros juicios y por la firmeza de nuestra voluntad. La persona completa -sabia en el hablar, prudente en sus actos-, es admirada“.

Para aquellos gobernantes que encuentran en el rencor como su guía, Gracián susurra:

“Sé capaz de olvidar, la memoria es injusta, porque nos abandona cuando más la necesitamos, y estúpida, porque se mete donde no debe. En los asuntos dolorosos es activa, pero es descuidada en recordar lo placentero. A menudo el único remedio para el problema es olvidarlo y todo lo que olvidamos es el remedio. Sin embargo, debes cultivar los buenos hábitos de la memoria porque es capaz de hacerte la existencia un paraíso o un infierno”.

“No ser testarudo: hay cabezas de hierro y vehementes difíciles de convencer”. El tesón debe estar en la voluntad y no en las opiniones.

Otro: “saber distinguir al hombre de palabra al hombre de hechos, los presuntuosos se satisfacen con viento. Las palabras deben ir acompañadas de hechos y así tener valor”.

Con ecos en Jenofonte, en el arquetipo de Héroe en Gracián, evidencia que el gobernante puede ser seducido por el camino fácil y corto de la felicidad/maldad, o por el camino del valor: estrecho, largo y difícil, para lograr ser honrado por la patria.

Saberse héroe de sí mismo, implica situarse antes en la encrucijada de la elección, en la senda decisiva entre el vicio y la virtud, eligiendo el camino de la prudencia/la excelencia .

La eminencia implica una aspiración, una lucha contra la mediocridad.

Implica la suma de juicio, ingenio y agudeza para tomar decisiones y distinguir la fama gratuita de la verdadera.

Va de la mano y puede conseguirse con el dominio de las apariencias si no se poseen las virtudes, y “a través de la moderación, la sutileza y el disimulo, para no dañar nunca la reputación” (A. Egido, Real Academia Española).

Se engaña quien asuma que el político prudente se resume en el político astuto.

Como señaló David Graham “el poder, y no el honor, es el resultado más apetecido por el príncipe, quien había reemplazado al héroe como la nueva encarnación seglar de la fuerza humana, aliada de allí en adelante no con la virtud, sino con la astucia, el dolo o el engaño simple”.

El arte prudente de gobernar desde Gracián, implica una paideia de príncipes, hilo de oro para no escuchar sólo las voces de sus aduladores.

Enseña a evitar ser el héroe de la Razón de Estado de sí mismo, a resolver las propias disyuntivas, sin poner en predicamento el presente y el futuro de la República.

Y sí, el permanente movimiento hacia la perfección, puede hacer renacer en el aplauso y encaminar hacia la fortuna y la gloria.

Finalmente, sobre los resultados.

“La verdad siempre llega, última y tarde, cojeando con el tiempo”.

Al final, el paso por la Historia estará marcado por los resultados, las obras concluidas, no sobre lo que se quiso hacer, sino sobre lo que hecho está.

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