Francisco de Vitoria, Alonso de la Vera Cruz, Bartolomé de las Casas, Miguel León Portilla, nos legaron la convicción de que las Guerras de Conquista no son justificables, pero son, en muchos casos, comprensibles.

El 13 de agosto de 1521 la gran Tenochtitlán cayó ante Hernán Cortés; fue Tlatelolco, pueblo valiente hasta nuestros días, el último en caer.

La civilización mexica, politeísta, con marcada estratificación social, profundamente religiosa, militarista y, ya con una formación estatal -incluso podemos hablar de un Estado nación sui géneris-, con un sistema de extracción fiscal robusto y amplio, cae frente al invasor proveniente de Europa financiados por reinos aún no confirmados en un Estado Español como tal.

Un grupo de soldados, aventureros, ambiciosos, estrategas militares, que no sobrepasan los mil elementos doblegan a una ciudad Estado de cien mil.

Para los historiadores militares esta paradoja encuentra respuesta en causas teológicas, psicológicas, antropológicas, infecciosas, médicas, virales, de salud pública, genéticas, de la superioridad militar del armamento europeo y de la astucia de Cortés para identificar la generalizada animadversión hacia los aztecas, de innumerables pueblos sometidos hacia el poder tenochca, a través del eficiente y duro sistema impositivo y de vigilancia social impuesto.

La viruela fue un factor central para la derrota; es tan infecciosa que hace apenas unas cuantas décadas el gobierno federal logró controlarla. Hoy en día diversos países centroamericanos aún la padecen.

¿Los aztecas eran mexicanos?

No. Fueron una parte de lo que somos

¿Los españoles fueron nuestros enemigos? También ellos son parte de lo que somos hoy todos los mexicanos.

¿Nos debe doler aún hoy lo sucedido en la Conquista?

No. Nos debe servir para estudiar a fondo lo realmente sucedido, madurar los hechos, reconocer nuestro origen, identificar nuestras deficiencias, para superarnos y ser mejores como individuos y como Nación.

Es cierto que a partir de la Conquista murió casi el 90% de la población originaria, una de las peores tragedias sucedidas en la historia humana. Terrible, aún no se toma consciencia de ello en el mundo entero.

Estas muertes no fueron producto únicamente de la guerra de conquista, sino sobre todo de enfermedades que vinieron a América con ese proceso disruptor.

Como lo son la viruela y las enfermedades venéreas que llegaron a esta región.

Y también llegó la religión y el idioma, profundos procesos de culturización, de dominación, pero también de liberalización y crecimiento espiritual.

¿De los Aztecas debemos sentirnos orgullosos?

Sí, un pueblo con profundos valores morales, religiosos, que les permitió erigir una metrópoli gigante, hermosa e imponente que nos sobrevive hoy a todos los mexicanos: la Ciudad de México.

Un pueblo organizado, con un poder militar eficaz, con un idioma propio, una cultura poderosa, arquitecturas plásticas hermosas y una profunda poesía.

Una civilización que desplegó cadenas comerciales y de suministro eficaces que les permitió sostener un edificio social imponente, con sistemas educativos propios y el desarrollo excepcional de la ciencia astronómica.

La Conquista fue un choque militar, pero sobre todo cultural.

El producto de ese encuentro-desencuentro aún lo recreamos hoy, día a día, las/los mexicanos.

Tenemos que sanar esas heridas, fortalecer nuestra identidad.

El racismo y la discriminación desde nuestra interioridad indígena en el seno de nuestras prácticas sociales, el abuso sistémico de poder y violencia contra la mujer, son parte de esa impronta traumática cultural que no hemos superado como sociedad.

Somos una civilización originaria mesoamericana plural, diversa, capaz de construir diálogos interculturales globales.

Para emerger al siglo XXI como una nación poderosa, orgullosa de sus raíces y dispuesta a ocupar un lugar promisorio en el concierto de la humanidad y de las naciones.

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