A raíz de los recientes sucesos ocurridos en el Centro de Investigación y Docencia Económicas, surgió un reproche en las redes sociodigitales. Dado que varios estudiantes, profesoras y profesores de esa institución habían apoyado abiertamente a Andrés Manuel López Obrador en 2018, ahora no tenían derecho a quejarse de que el gobierno quiera, por la fuerza y no por la razón, cuartotransformar al CIDE.

Tal reclamo, a mi ver, omite pensar en la coyuntura donde ese voto se dio. Recordemos que el gobierno de Enrique Peña Nieto (2012-2018) dejó deudas en materia de seguridad pública, corrupción y responsabilidad pública, por lo tanto, era necesario derrotar por la vía electoral a esa opción. El mejor posicionado para hacerlo era entonces AMLO; así que pudo haber sido un voto “racional” basado en la idea de que las cosas mejorarían.

Pero también es cierto que la oferta político-ideológica que representaba AMLO era bien vista en universidades públicas y privadas del país porque, supuestamente, representaba a la “izquierda”. Al ser joven y universitario, es cool autonombrarse de izquierda y en este país afortunadamente –aún– los individuos podemos creer en lo que sea. Por tanto, mi pregunta no es reproche, sino una duda para intentar explicar por qué al enfrentar un estilo de gobierno vertical y arbitrario –como estamos viendo en el caso del CIDE–, se sigue creyendo en la 4T en el espacio universitario.

Por una encuesta de EL UNIVERSAL supimos que las personas con escolaridad universitaria que aprueban al gobierno de AMLO son ocho por ciento más de las que lo desaprueban. Si bien esta tasa es muy menor a la registrada por individuos con baja escolaridad y ha caído desde febrero de 2019, hay varios repuntes. ¿Por qué? ¿Qué explica estos reductos? Puede haber múltiples respuestas. Quizás por una idea monolítica de lo que significa la “izquierda”, aun cuando el gobierno de AMLO no lo sea. Roger Bartra ha tratado de explicar el talante conservador de este líder, quien sepultó a la izquierda generadora de ideas y las suplió por una constante invocación de sentimientos y pasiones. ¿Esto es lo que atrae a la y el universitario?

Quizás también se abraza el proyecto “transformador” del presidente por conveniencia o miedo, pero, ¿es esto saber ejercer la autonomía universitaria? O quizás simplemente porque debemos creer en algo fehacientemente, a pesar de que la realidad muestre que este gobierno ha cometido errores similares a los de administraciones pasadas. ¿Por qué se le justifican –vía el maromeo– a este gobierno desaciertos cuando a los otros no? ¿Enseñaría este código un profesor universitario? Tratar de imponer creencias “insuficientemente fundadas como si tuvieran una justificación adecuada” es caer en una actitud dogmática, diría Luis Villoro, y el dogmatismo, remata el filósofo, es un “escollo” de la razón en su camino al conocimiento. ¿Tienen viabilidad las universidades siendo dogmáticas?

Para seguir nutriendo nuestros espacios universitarios habría que ser conscientes y practicar las reglas de la ciencia que, según Ruy Pérez Tamayo, son: no decir mentiras, no ocultar verdades y no apartarnos de la realidad. La mentira es evitable y en la ciencia está proscrita, pero no así en la política, dice el investigador. Reflexionemos entonces qué universidad queremos construir. El antiintelectualismo del gobierno es evidente.


Investigador de la Universidad Autónoma de Querétaro (FCPyS)

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