Con sus acciones, los gobiernos pueden hacer mucho bien, pero también mal. En una democracia, es tarea de las y los universitarios señalarlo, independientemente de nuestras inclinaciones políticas o ideológicas. Pero hay algo aún peor: que bajo una idea aparentemente noble, se afecte a los individuos y a su sociedad.

Por “combatir” la corrupción, por ejemplo, se deja sin medicamento a niños con cáncer. Por “transformar” al país, se desmantela la administración pública; por tratar de ayudar al pobre, se le equipara con una “mascota”; por acabar con el clasismo, se es intolerante; por conseguir el voto del magisterio, se le reduce victimizándolo. Hay entonces acciones, políticas y programas que, aunque aparezcan ser “buenos”, en realidad son negativos para la mayoría.

Durante la celebración del vigésimo quinto aniversario de la Junta de Gobierno de la Universidad Veracruzana, varios colegas discutimos los efectos de la restricción del financiamiento público a la educación superior, ciencia y tecnología. Un punto que no pude exponer ahí por cuestión de tiempo fue el de una mayor “elitización” de la comunidad científica a consecuencia de recortarle recursos a este sector estratégico.

A medida que el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) disminuye las becas para estudiar en el extranjero, menos jóvenes de los distintos niveles socioeconómicos tiene la oportunidad de formarse en áreas de conocimiento avanzadas. De acuerdo con una nota de Nayeli Roldán, sabemos que en 2021 se otorgaron 742 becas de este tipo, lo que representó 83 por ciento menos que en 2018 (Animal Político, 19.07.22).

Esta restricción puede originar que el grupo de jóvenes provenientes de familias menos aventajadas se va a reducir, mientras que el de chicos mejor acomodados social, cultural y económicamente podrá seguir eligiendo estudiar fuera. “Los pobres que se arraiguen en sus pueblos, mientras que los fifís salgan a conocer el mundo”. La gravedad de esta elitización provocada por el mismo gobierno es que no sólo es negativa en sí misma, sino que se justifica mediante una narrativa que apela a la diferencia y al resentimiento social con el vulgar propósito de mantener el poder.

Esto no significa que la soberbia y engreimiento de las “élites” mexicanas sean inexistentes. La insensibilidad social, clasismo, racismo y discriminación hacia el pobre, es caldo de cultivo del populismo. Al despreciar al más humilde, se vuelve más fuerte la opción política que el actual presidente representa. La oposición sigue sin entender esto.

Claro, podemos discutir qué segmento social se beneficia más con la expansión escolar o si es socialmente rentable becar a más jóvenes para que vayan a cursar maestrías y doctorados en el extranjero, pero en este debate también se debe reconocer que México era de las pocas naciones latinoamericanas que promovía cierta capilaridad social. Es decir, era posible que uno que venía de algún estado de la república o de alguna universidad pública pudiera, por mérito individual y esfuerzo familiar, ir a estudiar e interactuar en universidades del Reino Unido, Francia, Estados Unidos o España con otro segmento de mexicanos, normalmente graduados de instituciones privadas, y con un capital cultural relativamente más alto. No era un “choque de dos mundos”, al contrario. Este gobierno aparenta estar en contra de las “élites” y sus vicios, pero los fomenta con sus acciones de “justicia” y austeridad.

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Investigador de la UAQ

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