El trabajo que desarrolló para el Cine Nacional mi padre, el músico Raúl Lavista, fue impresionante por la calidad de su música más que por la cantidad. Su éxito con los directores más destacados del cine mexicano, creo yo, fue por su profundo conocimiento y amor a la gran música que le permitieron ser un versátil instrumentador de orquesta para manejar los instrumentos musicales magistralmente a las necesidades de las escenas, ya fueran cómicas, dramáticas, misteriosas, de terror, citadinas, campiranas, etc.

Una de las características de nuestro cine nacional es la invariable aparición de “música popular” con charros cantores, conjuntos de tríos románticos, conjuntos tropicales, marimberos, etc., que han fascinado al público haciendo de sus charros cantores ídolos que han permanecido en el imaginario colectivo por décadas. Mi padre hizo pocas películas de charros pero no escapó al género, por angas o por mangas, en muchas de las películas que hizo hay algún playback, donde cantan o bailan.

Dentro de los compositores para cine que trabajaron a la par de mi padre —como los maestros Manuel Esperón, Gustavo César Carreón, Gonzalo Curiel, Antonio Díaz Conde, Sergio Guerrero, entre otros— hubo algunos que llegaron a musicalizar más de 500 películas, cada uno, a lo largo de su carrera musical; son los casos de Gustavo César Carrión y Manuel Esperón. Mi padre, en comparación, musicalizó 361 películas mexicanas entre 1934 y 1980 y 10 norteamericanas (Women in the Nigth, de William Rowland, 1947; Sofía, de John Reinhart, 1948; Beast of the Hollow Mountain, de Edward Nassou, 1954; The Magnificent Matador, de Bud Boethicker con Anthony Queen, 1954; A Life in the Balance, de Harry Horner, 1954; Vera Cruz, de Robert Aldrich con Burt Lancaster y Gary Cooper, 1954; Daniel Boom Trail Blazer, de Albert Gannaway, 1955; The Big Buddle, de Richard Wilson, 1955; Enchanted Island, de Allan Dwan, 1958; For the Love of Mike (The Golden Touch), de George Sherman, 1960).

Haciendo un paréntesis debo mencionar aquí la incursión del maestro Silvestre Revueltas en el cine. Fue sin duda el mejor y más impactante compositor de música sinfónica que ha dado este país, música para concierto que admiró mucho mi padre y yo también. El gran Silvestre Revueltas que fue, además, director de orquesta, gran violinista y profesor de dirección de orquesta en el Conservatorio Nacional de Música, musicalizó unas cuantas películas. La fuerza de su música para cine, no muy adecuada a la trama de la película, debo admitir, trascendió a las salas de concierto y la tocan con frecuencia las orquestas, hoy en día, como obra en sí misma totalmente independiente del contexto para la que fue compuesta. Mi padre reconocía el genio de Revueltas como gran compositor y siempre lamentó su prematura muerte. “Le quedaba mucho por hacer a Revueltas, el gran maestro”, solía decir mi padre.

¿Cómo fue tu experiencia con Hollywood y por qué no te quedaste, sí te pagaban en dólares? —le pregunté.

—Sí, fui contratado para hacer un par de películas en Hollywood. Me hospedaron muy amables en una casita estilo “californiano” con servicio de hotel donde había un piano para que yo compusiera la música. Trabajé intensamente y salí poco. Lo máximo que logré socialmente fue una invitación que me hizo el actor Edward G. Robinson para cenar en su elegantísima casa. Habíamos como 11 invitados del mundo del cine. La cena la servían meseros afroamericanos de uniforme cursi que me regañaron porque se me disparó del plato “la codorniz al vino tinto” que me habían servido, luego de la cena los invitados hicimos un recorrido por su lujosa casa para apreciar sus obras de arte, lo que me acomplejó: tenía cuadros de Picasso, Braque, Whisler, jarrones chinos, esculturas egipcias, etc., era un mundo inalcanzable y frívolo. Estuve dos meses y medio; sí gané en dólares, pero todo el tiempo extrañé a tu madre, a mis amigos, mis discos y libros, mi estudio, a ustedes. (Continuará)

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