Continúo con el recuerdo de las pláticas con mi padre:

Le pedí que antes de contarme cómo llegó a la radio y al cine me hablara de su carrera pianística como intérprete al piano de grandes vuelos y cómo fue que era tan amigo del gran pianista chileno Claudio Arrau.

“Muy joven —continuó mi padre— me di cuenta que yo no crecía lo suficiente y que inevitablemente yo sería chaparro y enclenque, ¡cómo no iba yo a serlo si nací prematuramente, soy ochomesino y, además me subalimentaron, pues la primera comida sólida que probé, antes de que me destetaran, fue una probadita de yema de huevo ¡A LOS TRES AÑOS DE EDAD!”.

“Cuando empezaba yo a estudiar en la Facultad de Música y me ejercitaba en el piano requería yo de más fuerza en mis brazos para ejecutar piezas difíciles, como Los funerales, de Franz Liszt, o cosas así, por lo que me inscribí en un gimnasio. Me avoqué a las argollas y adquirí, con el tiempo, fuerza y músculos. Llegué a ejecutar la figura de Cristo, una de las más peliagudas” —entonces se levantó mi padre del sillón para sacar de su archivo un álbum de familia y mostrarme una fotografía de él, vieja y deslavada, donde estaba colgado de las argollas haciendo el Cristo en camiseta blanca, y prosiguió su relato— “ tenía yo en esa época 20 años de edad y fue precisamente estando en el gimnasio que un joven rubio, que también hacía ejercicio, con acento chileno, me preguntó: ‘¿Y usted a qué se dedica, además de las argollas?’ Le contesté que era yo estudiante de música aspirante a pianista, y que también me interesaba la composición y la dirección de orquesta. ‘¡Qué curiosa coincidencia’, me contestó asombrado, ‘¡Yo también soy pianista!, me llamo Claudio Arrau, y usted?’

Dos destinos… y yo (IV)
Dos destinos… y yo (IV)

En el despuntar y el despegue como músicos entre Claudio Arrau y mi padre hay un paralelismo notable: Arrau también fue “niño prodigio”; vino a México en 1934 para protagonizar la película Sueños de Amor, que pretendió ser una biografía de Franz Liszt y que se estrenó el 4 de abril de 1935; unos meses atrás, Raúl Lavista, a los 20 años, antes de cumplir la mayoría de edad —que en aquellos tiempos era a los 21—, debutó en el cine componiendo la canción-tema “Ana” para la película Dos monjes, que se estrenó en septiembre de 1934. Lo recomendó como su alumno, el más brillante, el maestro Manuel M. Ponce.

Arrau reconoció el talento como intérprete de mi papá y le contó que después de terminar la película se iba a Berlín a seguir con su carrera de intérprete, dando conciertos y perfeccionando su técnica con maestros alemanes, y lo invitó a que se fuera con él, pero mi padre ya se había encampanado en el cine y decidió dejar la interpretación por la composición y dirección de orquesta.

Para acompañar mi texto en esta ocasión hice un collage con una carta que le manda Arrau a mi padre desde Berlín datada el 24 de julio de 1936, en la que le insiste que vaya a Europa. Cito un párrafo de la carta:

“... Me alegro que estés haciendo música para películas y trabajando composición con Rolón, a quién ruego saludes muy cariñosamente de mi parte. Ojalá puedas reunir pronto fondos para venir a Europa a seguir estudiando tu piano, sabes, es necesario...”.

Una carta muy interesante cuando se llevaban a cabo las Olimpiadas en Berlín durante el nazismo. Arrau, a los poco meses, se casó con una mujer muy bella, Ruth, quien era judía-alemana; tuvo que pasar muchos contratiempos para poder escapar con su mujer de la Alemania nazi. (Continuará)…

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