Después del gran éxito de su concierto como director huésped de la Orquesta Sinfónica Nacional en el Palacio de Bellas el 6 de agosto de 1948, al joven maestro Raúl Lavista le llueven ofertas de trabajo como director de orquesta y presenta varios conciertos; al mismo tiempo aumenta su producción como compositor de música para cine y entre 1948 y 1950 compone la música para 41 películas (en 1948, 12; en 1949, 11; y en 1950, 18), además de los programas que conduce semanalmente por la radio. Su capacidad de trabajo es enorme e incesante.

No sé las circunstancias, pero en 1951 mi padre tiene un programa más de radio titulado Áncora de rubíes, con un cuarteto de hermanas cantantes de ópera americanas, creo que italianas de descendencia, llamadas “The Caprino Sisters” (Las hermanas Caprino), que venían a México, desde Hollywood, para presentarse estelarmente en la Radio (recordemos que entonces todavía no había televisión en los hogares), con la orquesta de Raúl Lavista. La tesitura de sus voces era interesante: dos eran sopranos, una mezzosoprano y una contralto. Dos llevaban el pelo rubio-platino, y dos, negro. Mi padre, amén de llevar la batuta, hacía los arreglos de fragmentos de ópera para sus voces. Sus nombres eran Rita, Florie, Mina y Rose. Se vestían con moños, rizos y vestidos vaporosos; eran, según mi papá, “deliciosamente cursis, me adoraban, me apapachaban y me llenaban de mimos y elogios. El programa duró algunos meses y tuvo mucha audiencia”.

Aquí entran mis recuerdos de infancia. En 1951 tengo alrededor de cinco años y medio de edad y acompaño o me lleva mi madre a visitar a una de las hermanas Caprino. Subimos a un elegante departamento en un elevador con espejos en las paredes. Al entrar, todo olía a perfume Chanel No. 5. Aparece en larga bata de seda una de las dos hermanas rubia-platino y platica en inglés con mi mamá, no comprendo lo que dicen, sólo entiendo que se refieren a él como: “Our dear Ra-o-ul”. Para entretenerme, la rubia cantante nos invitó a su recámara, la cama tenía una colcha de satín brillante color de rosa, había un tocador repleto de botellas de perfume, polvos con borlas, cepillos, maquillajes. “Come and look at my birdie, Pauline”, me dijo la soprano. En su cuarto tenía un periquito australiano domesticado sin jaula que tenía una casita de madera. El periquito subía una escalerita y tocaba una campanita. Quedé fascinada y hasta hoy recuerdo mi azoro. Mis padres hablaban siempre de las Caprino con mucho cariño.

A mi padre los visitaban, a veces, muchos personajes con los que había trabajado. Una vez, hacia 1981, ya casada con Salvador, fui a visitar a mis padres. Esta vez los visitaba una de las hermanas Caprino y su esposo. Era increíble, habían pasado 30 años desde 1951 y aún conservaba su cursi belleza la Caprino (no recuerdo cuál de ellas era). Hablamos en inglés, me saludó con mucho afecto y me presentó a su esposo: “My husband, Pauline: Tony de Marco”. Mi azoro fue igual que cuando vi su pajarito australiano: ¡Su esposo era el representante del gran pitcher mexicano Fernando Valenzuela! Siempre he sido aficionada al beisbol, nunca me pierdo un solo strike de las series mundiales. Entonces era yo fanática de Valenzuela, quien había llevado a los Dodgers a ganar la Serie Mundial en 1981. ¿Cómo iba yo a imaginar que una de las “Caprino Sisters” acabaría casada con Tony de Marco?, ¿y menos que Tony de Marco visitaría al maestro Raúl Lavista, que no sabía nada de deportes ni tenía la menor idea de lo que era un manager ni de lo que se trata el beisbol, y mucho menos de quién era Fernando Valenzuela en ese momento?. Cosas del destino. (Continuará)

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