Me preguntaba yo por qué mi padre Raúl Lavista, compositor de música, melómano empedernido, amante de la literatura, la pintura, pianista talentoso, había decidido musicalizar películas hasta convertirse en un verdadero especialista del género en vez de aventurarse a componer obras para concierto, dado su amplio conocimiento de la “gran música”.

Recordé entonces una anécdota que contaba mi abuela paterna de cuando el “niño prodigio”, el pianista Raulito, de nueve años de edad, salía con mi abuelo para que le comprara un abrigo: el niño, en el camino, lo convencía de que el abrigo no lo necesitaba, que lo que verdaderamente necesitaba era comprar discos de Wagner e ir al cine. Era el niño Raulito, además de amante de la música y la literatura, gran aficionado al cine mudo de los años 20 (aún conservo su colección de postales y revistas de sus artistas favoritos: Ramón Novaro, John Barrymore, Rodolfo Valentino, etc., intactas desde hace 100 años). Las funciones de cine mudo se acompañaban de un pianista que tocaba, improvisando, sobre las imágenes en movimiento, y yo imagino que el niño que jugaba a ser Lohengrin, que coleccionaba discos y libros, imaginó la música para esas películas que dejaron huella en el niño que todos llevamos dentro. Ya adulto, mi padre recordaba con emoción las películas mudas de su infancia: Sigfrido, de Fritz Lang; Peter Pan, Ben-Hur, con Ramón Novaro (“la secuencia de las carreras de cuadrigas en el estadio romano son insuperables, aún hoy en día”, nos decía mi padre).

Destino de una vocación… y yo (IX)
Destino de una vocación… y yo (IX)

Mi padre contestaba: “En primer lugar, creo que ante mi admiración por los grandes compositores como Mozart, Beethoven, Schubert, Brahams, Wagner, Liszt, Puccini, Verdi, Debussy, Ravel, Fauré, Richard Strauss, Stravinsky, Alban Berg, Shöenberg, Webern, Ligetti, etc., etc., me sentí incapaz de superarlos, no se puede ir más allá de lo que estos maestros han hecho. Y en segundo lugar, es imposible mantener a una familia como compositor puro. Sin embargo por ahí tengo algunas composiciones que no fueron escritas para el cine”.

(Y aquí me permito recomendar a mis lectores, sí es de su interés, que busquen en Internet la pieza musical de Raúl Lavista titulada “Aria en estilo antiguo”, una sentida composición de gran inspiración que el gran violinista Henri Schering tocaba de “encore” en sus conciertos).

La capacidad de trabajo de mi padre era impresionante. Alrededor de los años 50 compuso la música para un promedio de 18 películas al año. Una película le llevaba por lo menos un mes de trabajo diario, lo que nos dice que hizo una película cada 15 días, aproximadamente… pero no fue lo único que hizo, como veremos más adelante. (Continuará).

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