La crueldad no ha hecho más que aumentar en la invasión a Ucrania por parte de Rusia. Una de las más lastimadas es la ciudad de Mariúpol. Su importancia estratégica la ha convertido en blanco de ataques a la población civil que hoy, ante un intenso frío, no tiene electricidad, ni comida, ni agua; mucho menos tiene tranquilidad.

El miércoles bombardearon un hospital infantil. Personal sanitario, mujeres y niños resultaron heridos. Luego de la indignación causada por este ataque, autoridades rusas negaron lo que era evidente. "Absolutamente no se ha llevado a cabo ninguna misión de atacar objetivos en tierra por parte de la aviación rusa en la zona de Mariúpol", dijo el vocero de Defensa ruso, Igor Konashenkov. Pero la devastación estaba ahí.

Hubo también un bombardeo en un teatro de Mariúpol que servía como refugio a cientos de personas. Para dejar claro que había ahí menores, la palabra "niños" estaba escrita en ruso con letras enormes. Imágenes satelitales muestran que podía verse claramente desde el aire. Aun así ocurrió el ataque.

El ejército ruso bombardeó también este fin de semana una escuela que funcionaba como refugio para niños, mujeres y adultos mayores.

La violencia no cesa y los intentos para evacuar a los civiles fracasan. En las negociaciones Rusia dice estar dispuesta a facilitar la salida de la población vulnerable, pero en los hechos ocurre lo contrario. Ante los señalamientos, responde que los ucranianos son los responsables y los acusa de violar las condiciones de evacuación. De hecho, el representante ruso en las conversaciones entre los dos países, Vladimir Medinski, argumentó que "los nacionalistas están reteniendo a civiles para usarlos como escudos humanos”.

En esta guerra de declaraciones en la que cada quien tiene una versión distinta de los hechos, Vladimir Putin se presentó como el libertador de Ucrania. Al inicio de esta ofensiva habló de su voluntad de "proteger al pueblo que sufre la intimidación y el genocidio del régimen de Kiev".

Los medios rusos no hablan de guerra, si no de una operación militar de rescate. Para poder difundir “su verdad” necesitan frenar a la prensa.

Por ello, el organismo ruso de control de Internet, Roskomnadzor, especifica que los medios de comunicación están obligados a utilizar solamente la información que reciben de fuentes oficiales. No hay ningún espacio para la investigación independiente. Quien difunde algo que no está aprobado por el gobierno es sancionado. Hay detenciones de periodistas todos los días.

Ante este atropello a la libertad de expresión, la periodista Marina Ovsiannikova, interrumpió uno de los informativos de la televisión pública rusa con una pancarta que decía “No a la guerra”. Advertía que lo difundido en ese canal era solo propaganda. “Te están mintiendo. No les creas”, se leía también en ruso.

La imagen le dio la vuelta al mundo. Su osadía se tradujo, por lo pronto, en el pago de una multa. Sin embargo, hay una investigación en su contra que podría derivar en algunos años de prisión. Y es que el 4 de marzo pasado se aprobó una reforma que contempla hasta 15 años de cárcel para los periodistas que publiquen “informaciones falsas” sobre el Ejército ruso. El problema es que cualquier versión no oficial es considerada falsa.

Informar desde Rusia es ilegal y hacerlo desde Ucrania es peligroso. Para evitar que se difunda lo que ocurre, los rusos han detenido a un número aún no determinado de periodistas ucranianos.

La Unión Europea condenó enérgicamente ayer los secuestros de informadores en la zona de conflicto. A los europeos les da por defender a la prensa en otras latitudes. Hacerlo es proteger la libertad de expresión, aunque eso a algunos no les guste.

@PaolaRojas

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