Independientemente de las creencias que profesemos, indiscutiblemente, hoy es un buen día para reflexionar y resignificar los valores universales y nacionales que nos unen e identifican. Lo que verdaderamente nos importa y que abraza un cúmulo de realidades y anhelos.

La unidad familiar, por ejemplo, es un elemento fundamental para tener una buena calidad de vida, enfrentar obstáculos, prevenir el delito ya sea como víctima o victimario, compartir cuidados y responsabilidades, así como ejercer plenamente nuestros derechos.

La familia es una transmisora de valores y un soporte emocional fundamental, ya que constituye el primer núcleo de aprendizaje y afecto. Ahí comienza el vínculo primigenio que durará toda la vida, porque sus integrantes se desarrollan en ella, construyen su identidad, trasmiten, actualizan y aprenden patrones de socialización.

Parafraseando a Gabriel García Márquez, podemos afirmar que cuando una o un recién nacido aprieta con su pequeño puño, por primera vez, el dedo de su padre o madre, lo tiene atrapado para siempre. Porque más allá de la afinidad sanguínea el vínculo que a une a la familia es el respeto y la alegría por las vidas de sus integrantes.

Bajo esta tesitura, la unidad social ha sido nuestro distintivo en todo el mundo, sobre todo ante fenómenos naturales que han derivado en verdaderas catástrofes. Una fuerza que emana de un espíritu indomable presente desde la época precolombina y manifiesta en cuatro grandes transformaciones para hacer de la libertad, la democracia y la justicia social una realidad tangible que se evidencie en nuestros hogares, en nuestras comunidades y en cada rincón del país.

La sociedad mexicana ha luchado en las últimas décadas contra la sociedad líquida caracterizada de acuerdo con Zygmunt Bauman por la inestabilidad, fluidez y falta de estructuras sólidas, propia del neoliberalismo. Por ello el Humanismo Mexicano retomó los valores de los pueblos originarios y de nuestras heroínas y héroes nacionales como una manera de regresar a nuestros orígenes, unificar al pueblo y colocarlo en el centro de las decisiones.

13.5 millones de personas salieron de la pobreza, el ingreso de los hogares más pobres aumentó 34%, un avance histórico, y 32 millones de personas reciben un programa de bienestar, lo que garantiza seguridad económica y un piso más parejo. Cuando una familia tiene bienestar todo es posible. La prosperidad compartida y la unidad son almas gemelas.

Así, todas las acciones van en el mismo sentido, prueba de ello son los programas sociales, calificados como el mayor triunfo del Pueblo de México, y la Nueva Ley de Aguas Nacionales que garantiza la equidad y la justicia hídrica, porque como nunca protege a los hogares mexicanos al prohibir la suspensión total del servicio por falta de pago, garantizando el suministro de una cantidad mínima indispensable suficiente para la subsistencia y la salud. Es decir, deja atrás la añeja visión del agua como una mercancía sujeta a especulación, restituyendo su carácter de bien de la Nación y derecho social.

La unidad nacional debe estar más allá de las diferencias porque precisamente es el reflejo de la diversidad cultural y la pluralidad política, más que un concepto complejo, debe ser vista, entendida y asumida como la búsqueda conjunta de valores, de principios compartidos y de ideales comunes, a fin de que prive el respeto, la inclusión, la justicia, la libertad y la democracia.

La unidad es la esencia individual, familiar y colectiva. Es una virtud en tanto que lo que está unido es indestructible, inalterable e indivisible.

¡Les deseo una feliz navidad, en unidad, amor y tranquilidad!

Activista Social

@larapaola1

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