A las y los mexicanos: Los altos índices de violencia, criminalidad, inseguridad e impunidad del país no son producto de la casualidad y la mala fortuna, sino de la corrupción de Estado construida deliberada y estratégicamente durante décadas desde las altas esferas del poder público. Cómo olvidar las falsas promesas de campaña y el engañosos Plan Nacional de Desarrollo de Felipe Calderón, en el que se establecieron los tres ejes fundamentales de la política de seguridad: enfrentar y llevar a los criminales ante la justicia; depurar y fortalecer los cuerpos policiacos, ministeriales y judiciales; y reconstruir el tejido social a través de la generación de oportunidades sociales y el empleo.

Todo fue un engaño, la brecha de la desigualdad fue cada vez más grande y profunda, la explotación laboral se maquilló con tasas de ocupación carentes de seguridad social y con precariedad salarial.

Jamás se combatió al crimen organizado, sino a un cártel para favorecer a otro, por eso le declararon la “guerra al narcotráfico”. Una estrategia cuestionada, responsable de miles de muertes de personas inocentes, desapariciones, multiplicación de cárteles y diversificación de sus actividades (secuestro, extorsión, trata de personas, etc.), así como del exponencial incremento de la violencia en México.

Debilitaron al Estado, infiltraron criminales en las policías, fomentaron la cultura de la ilegalidad y corrompieron a los sistemas de procuración e impartición de justicia hasta mutilarlos, volviéndolos sordos, ciegos y mancos.

La alternancia democrática del año 2000 fue una simulación para darle continuidad a la mafia del poder, en donde Genaro García Luna tuvo un papel fundamental desempeñándose como director de la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) de 2001 a 2005 y como secretario de Seguridad Pública Federal (SSP) de 2006 a 2012.

Es claro que Fox y Calderón no eran ajenos a la situación, sino parte de una red de corrupción y complicidades que condenó a todo un pueblo al miedo permanente y al terror cotidiano, mientras García Luna compartía la mesa con “los Beltrán Leyva” y “los Zetas”. La guerra contra el narcotráfico no fue una estrategia fallida sino planeada para favorecer a un grupo y dar vida a una nueva generación de cárteles.

La alternancia fue una farsa para entregar el país al narcotráfico, por eso durante los dos sexenios panistas la AFI y la Secretaría de Seguridad estuvieron en manos del crimen y, posteriormente, el Pacto por México le dio continuidad.

El “secuestro” de Cuernavaca, la muerte de Arturo Beltrán Leyva en un enfrentamiento en esa entidad y el asesinato del comisionado de la Policía Federal en 2008 dentro de su propia casa, son las piezas que van teniendo acomodo dentro del rompecabezas.

Los testimonios de Sergio Villarreal, “El Grande”, lugarteniente de los Beltrán Leyva, y Jesús Reynaldo Zambada, alias “el rey”, hermano del Mayo, denotan que García Luna era uno de ellos y estaba a su servicio. Los millonarios sueldos, sobornos y ganancias de sus propios negocios ilícitos mantuvieron al país en llamas y entre caudalosos ríos de sangre. Indudablemente le fue muy bien a García Luna y a quienes le rentaron el cargo seguramente les fue mejor.

De su juicio podemos esperar todo, su exoneración, una condena mínima o una perpetua, incluso, la caída algún cómplice, pero, sea cual sea el veredicto, mientras el pueblo de México exige justicia, la derecha da patadas de ahogado buscando un resquicio para colarse al poder y refundar narcolandia.

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Activista social @larapaola1

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