A las mexicanas y mexicanos:

Las grandes transformaciones se hacen con el pueblo, los fraudes electorales con la complicidad de unos cuantos.

El 10 de julio de 1910, Porfirio Díaz Mori fue reelecto por octava vez como presidente de la República, mientras Francisco I Madero estaba preso por su activismo político en contra de la dictadura porfirista. Después del “triunfo” electoral de Díaz, Madero fue liberado.

Desde Texas dio vida a su estrategia para emprender la lucha con el fin de devolverle el poder al pueblo y sentar las bases democráticas que sostendrían a nuestra Nación.

Echar abajo 30 años de autoritarismo no era tarea fácil, por lo que la única opción fue tomar las armas para así, recuperar con legitimidad lo que les había sido arrebatado a las mexicanas y mexicanos. De tal manera, el Plan de San Luis que desconocía y declaraba ilegal la elección presidencial, fue emitido desde el exilio, convocando a la movilización para el 20 de noviembre de 1910.

Inició la revolución y con ella un nuevo camino para México. Once meses después, el 15 de octubre de 1911, se llevaron a cabo elecciones extraordinarias para elegir a los nuevos presidente y vicepresidente. Los candidatos del Partido Constitucional Progresista, Francisco Ignacio Madero y José María Pino Suarez, resultaron electos de forma contundente, 69.73 por ciento del electorado acudió a las urnas.

La ciudadanía acompañó a Madero con la fuerza de las armas y también con la fuerza de su voto para confirmar que la revolución maderista había triunfado legal y legítimamente; sin embargo, el de 22 de febrero de 1913, la traición de Victoriano Huerta le arrebató la vida a Madero y a Pino Suárez. Fueron asesinados en la parte trasera de Lecumberri, sitio que hoy cuenta su historia a la Ciudad de México a tan sólo unos metros de las actuales sedes del Poder Legislativo y Judicial.

Huerta asesinó a dos gobernantes, pero no pudo matar la fe ni la esperanza de todo un pueblo; un pueblo cuyo espíritu libertario ha demostrado su grandeza a lo largo de la historia, no sólo mediante la resistencia, sino también con su disposición para volver a empezar una y otra vez. De ahí la Cuarta Transformación de la que estamos siendo testigos.

La importancia de haber sentado las bases democráticas en el proceso electoral de 1911 es que ciento diez años después, los problemas de la democracia se solucionan con más democracia. Los mecanismos de la democracia directa conviven con los de la democracia representativa en nuestra Ley Fundamental, en una suerte de matrimonio que no admite divorcio, porque la participación ciudadana es un principio, es un derecho y es también una convicción.

No cabe duda alguna de que la sangre de las hijas e hijos de la patria fue derramada por la más noble de las causas: el pueblo de México. Hoy sabemos el verdadero valor del sufragio efectivo, libre, secreto y directo, y tenemos claro el significado de la no reelección. Fueron tan contundentes los postulados de la revolución, de la Constitución del diecisiete y del ideario de Madero que, siguen siendo válidos y vigentes, a grado tal que la revocación de mandato se erige como un mecanismo democrático cuyo valor principal radica en que le devuelve el poder al pueblo, reconociéndole el legítimo derecho de ratificar o retirar del cargo a los gobernantes, debido a que han perdido su confianza.

Recordar, conmemorar, simbolizar, resignificar y abrazar nuevamente el triunfo maderista es tener la certeza de que el único camino posible de la democracia es el que marque el pueblo de México. Madero no se equivocó, “Un buen gobierno solamente puede existir cuando hay buenos ciudadanos”.

Paola Félix Díaz

secretaria de turismo de la CDMX;

activista social y exdiputada federal.

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