Sin lugar a dudas, el 2020 no fue un año como lo esperábamos. El COVID-19 conmocionó prácticamente todos los aspectos de la sociedad, con graves consecuencias para los sistemas de salud y económicos. Las desafiantes condiciones del mercado derivadas por la pandemia crearon un cisma en la enfatización del valor de la asignación responsable de capitales dentro de un ambiente de prácticas comerciales sostenibles.

La huella ecológica y social de una empresa ya no es considerada como un nicho de oportunidad, sino como una mejor práctica. El crecimiento de la inversión sostenible se ha desarrollado por los cambios en los valores sociales, donde la crisis de COVID-19 y una mayor preocupación por el clima, han puesto en relieve la importancia de las cuestiones ambientales y sociales en todos los grupos de inversionistas.

De acuerdo con un estudio reciente realizado por PWC, para el 2022 hasta el 77% de los inversores institucionales planean dejar de invertir en productos que no integran criterios ambientales y sociales. La práctica de medir y gestionar impactos y riesgos actuales y potenciales se posiciona en el mundo de la recuperación post-COVID, donde los agentes financieros buscan conocer y gestionar externalidades sociales y ambientales, tanto positivas como negativas.

Para este entendido, los actores utilizan variables e indicadores de desempeño basados en las ciencias naturales y la economía para valorar impactos financieros y no financieros. La relación entre las prácticas comerciales sostenibles, la economía y el desempeño financiero corporativo, es algo que los inversores han llegado a reconocer como crucial, particularmente cuando se ven obligados durante una pandemia a reevaluar las carteras.

Las estrategias de inversión sostenible reflejan la aceptación de que una mayor transparencia -incluida la comprensión de factores materiales no financieros- es tan importante para el rendimiento como para los análisis financieros tradicionales. La transparencia en la emisión de información social y ambiental forma parte de las empresas; y la comunidad financiera requiere estándares definidos, de libre acceso y exposición de progreso, así como metas definidas a corto, mediano y largo plazo.

Las conversaciones actuales muestran un mayor interés en el crecimiento sostenible e inclusivo, y en la financiación de la transición a una economía con bajas emisiones de carbono. Larry Fink, CEO de BlackRock (el mayor fondo de inversión del mundo), recientemente publicó su carta anual, la cual es vista como un requerimiento en materia de sustentabilidad para el presente año. La carta retoma la importancia del cambio climático, al ocupar el primer lugar del ranking de prioridades de los clientes de Blackrock, lo cual remarca la necesidad de que las empresas generen un valor duradero y sostenible, conectando a sus grupos de interés con los propósitos de las empresas.

Las conversaciones actuales exigen a las empresas mayor divulgación respecto a cómo sus modelos de negocio son compatibles con una economía descarbonizada suponiendo rendimientos duraderos a largo plazo. El mundo invirtió cantidades sin precedentes en activos bajos en carbono. De acuerdo con Bloomberg, la inversión en transición energética alcanzó por primera vez en la historia los $500 mil millones de dólares en 2020, superando en un 9% al año 2019, aún con la crisis causada por la pandemia de Covid-19.

En 2021, podríamos ver un aumento significativo en el ritmo de la reasignación de capital, trasladando las inversiones del sector fósil hacia proyectos de energía limpia, energías renovables, transporte limpio, etc. Finalmente, la demanda del mercado determinará el ritmo del aceleramiento hacia una economía descarbonizada que procure el desarrollo sostenible.

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