“El momento maquiavélico” de Pocock es una de las grandes obras de teoría política del siglo XX. Publicado en 1975, es un libro excepcional, es un clásico, un texto que reconstruye la tradición del republicanismo cívico a partir de hacer un exhaustivo repaso de fuentes remotas (Grecia, Roma) y próximas (Edad Media) hasta llegar a ese momento, estelar para la teoría política, que es el Renacimiento italiano. Ahí. los rasgos definitorios de esta tradición, que arrancaría en Aristóteles, encuentran una reflexión paradigmática en el pensamiento de Maquiavelo, quien, en medio de un mundo político amenazado, como era el de la República florentina del Renacimiento, habría acertado a destacar como elementos esenciales de la convivencia social y política los conceptos de balance de poderes en el gobierno y de virtud cívica de liderazgos políticos y ciudadanos. Un conjunto de valores que, a juicio del propio Pocock, estuvieron presentes más tarde la revolución norteamericana, y han resultado fundamentales para afrontar los estragos del neoliberalismo y la creciente crisis de representación política en las democracias contemporáneas. Traigo a colación el texto del profesor neozelandés, porque este año en México habremos de renovar prácticamente todos los espacios de representación política, y habremos de hacerlo en medio de innumerables desafíos que, sin duda, requerirán la reviviscencia del momento maquiavélico para ser sorteados.

Viviremos las elecciones más desafiantes de todas las que hasta ahora hemos afrontado. Muchos indicadores así lo acreditan, principalmente porque en diversas regiones del país no están dadas las precondiciones políticas, sociales y de seguridad para llevarlas a cabo de manera libre. La solución a estos desafíos por supuesto que pasa por una mayor eficacia de los entes competentes, por contar con diagnósticos certeros y una mayor y mejor coordinación interinstitucional. Pero ello no será suficiente, porque la experiencia demuestra que puede contarse con las mejores leyes, instituciones y estrategias, pero si no se tiene la voluntad y el compromiso de los operadores y jugadores para hacer valer el fair play (juego limpio), las posibilidades de contar con elecciones libres y justas se reducen. Por ello, no erramos al insistir que el principal reto que México enfrenta en estas elecciones es el compromiso republicano de todos y de todas quienes participan, sean jugadores, autoridades o electores.

Las elecciones son un acto esencialmente republicano. Las campañas suelen desarrollarse en medio de altas tensiones de diversa índole, son el momento donde los ánimos se desbordan y los intereses se manifiestan, pero para que las elecciones cumplan su propósito todo debe de tener un límite, el cual muchas veces no depende de la calidad o fortaleza de las reglas e instituciones, sino de las actitudes y valores de los participantes. Su éxito demanda que los partidos y sus candidaturas se comprometan a respetar el marco jurídico electoral, y a participar sin cometer violaciones a los derechos y a las libertades de la ciudadanía, sin intentar ganar al costo que sea y por encima de quien sea. A no avalar actos al margen de la ley que generen violencia. Por lo contrario, demanda que en los participantes prevalezca el valor de la auto-contención, y no se pierda de vista que lo más importante es abonar a la paz y la estabilidad de nuestros pueblos.

El desafío republicano también requiere que el Estado mexicano tenga la voluntad de recuperar presencia y haga valer sus atribuciones en materia de seguridad y gobernabilidad en todos las regiones y territorios, a efecto de hacer posible la realización de elecciones libres. La debilidad o ausencia del Estado frente a diversos poderes fácticos en muchas regiones del país, puede amenazar no solamente la integridad, sino la realización misma de elecciones. Asimismo, demanda que la presencia de los gobiernos en las elecciones sea neutral. Las y los titulares de los gobiernos en todos los ámbitos tienen, por su investidura, la responsabilidad política de contribuir con sus actos a garantizar condiciones propicias para que impere la equidad en la competencia.

De las y los funcionarios electorales, el republicanismo exige que ejerzan el arbitraje con firmeza y autoridad, que no dejen de aplicar la ley con todo su peso y frente a quien sea cuando la regla se vulnere. Un árbitro que no olvide que su rol es la aplicación de las reglas del juego democrático que todos han reconocido. Contar con la “placa” no es suficiente, recordemos que “el hábito no hace al monje”. Y de la ciudadanía, se requiere que participe de manera libre, responsable e informada. El conjunto de estas acciones es lo único que permitirá que las elecciones mexicanas de 2024 recreen el momento maquiavélico.

En este sentido, buena parte del desafío de este año electoral, en sentido absolutamente republicano, será aminorar los efectos de la enquistada lógica facciosa. La polarización es una amenaza cierta en estos momentos. Es tarea de todos y de todas buscar anular las lógicas polarizantes que alimentan constantemente el faccionalismo político. Como decía Benjamín Franklin, “hay república…si esta se puede conservar”. Esta siempre se puede ver amenazada por el desborde de las muchedumbres y por las mezquindades de las oligarquías. Evitar eso requiere un balance entre las fuerzas políticas, pero sobre todo la disposición de los participantes a sostener la institucionalidad de la República y respetar las reglas democráticas en el proceso de renovación de los poderes. Lo anterior no será tarea fácil, puesto que el faccionalismo es funcional y electoralmente exitoso, genera votos. ¿Nuestra clase política sabrá estar a la altura del desafío republicano que se nos presenta o solo importará “la chuleta”?

El Maquiavelo recuperado por Pocock contribuyó a desvelarnos la naturaleza profunda del poder, desprovista ya de mitos e ideologías legitimadoras. La constatación de que Maquiavelo en eso tiene razón es, en definitiva, lo que nos ha llevado a diseñar todos los diques posibles para evitar que la persecución del interés propio, tanto por parte de los gobernantes como de los grupos de interés, traspase ciertos límites. Esa ha sido la labor tradicional de la democracia y de las instituciones del Estado de derecho que hoy funcionan como algunos de los condicionantes externos de la acción política. Pero como el mismo pensador florentino advirtió en sus Discursos, ello no será suficiente sin la exigencia frontal y generalizada de una ética pública. Es algo que no podemos ignorar en estos momentos en los que casi todo vale con tal de ganar o mantener el poder, el fin hipostasiado, o en el que los presupuestos básicos de la ética pública se ven cada vez más frágiles. Frente a las resistencias a estas premisas, solo nos queda la esperanza de una ciudadanía vigilante con capacidad para la reflexión y la crítica. No podemos olvidar que, como decía mi querido profesor Rafael Del Águila, quien fuera uno de los grandes expertos sobre Maquiavelo, al final “somos nosotros quienes trazamos la línea de lo intolerable”. El compromiso republicano de todos y de todas es lo que permitirá que en estos comicios prevalezcan las horas serenas. Hagamos votos porque así sea.

Especialista en teoría política y temas electorales

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