Hoy, por primera vez desde la aparición del hombre sobre la faz de la Tierra, todo el género humano está y se sabe en la misma situación de fragilidad y vulnerabilidad por la amenaza que entraña el Coronavirus. Es consciente, también, de su infinitud en la pequeñez, lo que probablemente lo lleve a reconocer su verdadera dimensión y a un cambio de conducta en su relación con los demás.

Temeroso de ser alcanzado por la enfermedad, que avanza a vertiginosamente por doquier, dejando una estela de muerte y dolor, el hombre coincide ahora en dos percepciones y actitudes frente a la vida, con las que se aferra a ella.

Por un lado, cree ciegamente en la ciencia médica. En ella pone sus expectativas de cura, en caso de afectación de su salud. Pero le resulta muy claro que ese recurso es limitado, aún considerado como cada sistema de salud en el mundo.

La percepción de esa realidad, lo obliga a pensar que hay una fuerza inconmensurable, misteriosa e invisible que todo lo determina más allá del entendimiento humano y del conocimiento científico, y vuelve su mirada hacia lo desconocido, pero omnipotente, a lo que eleva sus ruegos de salvación.

Así, se halla entre la Tierra y el Cielo; entre lo inevitablemente real y lo esperanzadoramente creído-creíble; entre lo pequeño y lo grande, entre lo conocido y lo imaginado-admitido. Entre la Fe y lo tangible. Y en esa dualidad, que abarca muchos otros campos y relaciones quedan, inexorablemente: el Hombre y Dios, cualquiera que este sea.

Reconocida esa condición, el género humano se aferra como nunca a la Ciencia y a la Religión. En ambas tiene puestas sus esperanzas para librar la pandemia. Con ellas construye una nueva filosofía; es decir, una nueva manera de ver la vida que, eventualmente, podría ser mejor después de la pesadilla y cuya base sólo puede ser el humanismo, del que ha tomado tanta distancia y al que debe ver como su última alternativa.

Si esa lección ha sido enviada desde el Cielo, y si la raza humana aprovecha la enseñanza, se verá más adelante. Las evidencias serán que el hombre ya no se sentirá inmortal, inmune e impune como suelen hacerlo en determinados momentos y situaciones los encumbrados; sabrá que no es Dios, como algunos, algunas veces, tratan de serlo, y reconocerá su justo lugar en el espacio y en el tiempo, con lo cual podría reconsiderar el curso que ha dado a la Historia.

La presencia planetaria del coronavirus, que está al acecho de todos, todo lo está trastocando. Los seres humanos se han desmovilizado como jamás lo hicieron. Al vértigo, el lujo y el goce que los impulsaba, les ha puesto una pausa obligada.

Con millones de trabajadores haciendo su tarea en casa, el modelo de acumulación capitalista dará un vuelco. Con certeza, modificará las relaciones familiares y laborales; los métodos de educación, producción y el uso de bienes. La política, las instituciones, las leyes, todos los entes, la comunicación, reconvertirán sus métodos operativos.

Después del Coronavirus, nada volverá a ser igual. Todo se alterará. El mundo se reorientará. Por lo mucho e inimaginable que se aproxima, los hombres tendrán, obligadamente, otra percepción de sí mismos.

Sea cual fuere el origen de esa transformación, la esperanza es que el Hombre llegue a ser humano, simplemente humano. Y si es consciente de su infinita insignificancia en el Universo y aspira a ser verdaderamente libre, con Nietzsche, tendría que ser “Humano, demasiado humano”.

Sotto Voce…

Según los expertos, México está siguiendo estrictamente los protocolos que marca la OMS para evitar un contagio de las dimensiones del que se espera en EU en los próximos 30 días…Aún en el encierro obligado, Felices Pascuas para todos.

Google News

TEMAS RELACIONADOS