Desde que la democracia existe, los pueblos la ejercen para elegir a quienes consideran que serán sus mejores gobernantes. Política, jurídica y moralmente, estos deben procurar el cumplimiento de las promesas de esa forma de gobierno. Su desempeño ha de centrarse en la conservación y fortalecimiento de la seguridad, la igualdad, la justicia y el bienestar en todas sus formas y dimensiones. ¿Alienta la sociedad mexicana esas expectativas para la elección del próximo domingo?

A partir de la realidad preexistente y de un proceso electoral tan atípico que, como nunca ha sido ensangrentado, es pertinente plantear algunas interrogantes a fin de poner en perspectiva lo que se puede esperar para un día después de los comicios más numerosos que se hayan celebrado en México.

Por ejemplo, ¿amanecerá el país en un ambiente de paz, concordia, armonía y satisfacción derivado del resultado que produzca la ciudadanía por el ejercicio de su derecho a votar?

¿Quedarán conformes los partidos y sus candidatos a los miles de cargos que se van a disputar o, como siempre, saldrán a la calle en cuanto cierren las casillas para festejar victorias basadas en cómputos parciales?

¿Reconocerán, todos, el triunfo de sus oponentes o se apresurarán a descalificarlos, como es costumbre en cada competencia por cargos electivos?

¿Van a defender sus reales o supuestas ganancias derivadas de las urnas ante las instituciones legalmente constituidas o, considerando los múltiples hechos criminales que han envuelto la actual contienda, continuarán, escalarán y se dirimirán las pugnas en las calles, antes que con la razón y la ley?

Sean quienes fueren al final del proceso los gobernadores, diputados federales y locales, alcaldes y demás magistrados, ¿tendrá la sociedad la certeza y la confianza de que ha elegido a los mejores y que, tras los comicios, los tendrá como aliados, defensores y gestores de solución a sus legítimas demandas?

¿Hay un solo indicador de que no sucederá lo mismo que se ha visto por décadas, en que, una vez encumbrados, los representantes populares olvidarán sus compromisos, no reconocerán ni atenderán a nadie y sólo se entregarán a procurar su beneficio, convirtiendo el poder y su función en un bien personal?

¿Servirá la justa cívica como un catalizador de la democracia, en la que se puedan depositar las esperanzas de una verdadera mudanza para mejor o, como ha ocurrido durante tantos años, serán elegidas las mismas castas, camarillas y bandas familiares multicolores y saltimbanquis que, sin el menor escrúpulo sólo buscan el poder para enriquecerse?

¿Serán, vistos en conjunto cuantos accedan a un cargo electivo dentro de unas horas, la posibilidad de un cambio radical en la forma de hacer política y de que el país avance verdaderamente en la superación de los ya viejos, graves y preocupantes problemas de inseguridad, violencia, corrupción, impunidad, pobreza y atraso, de los que no parece haber salida? Ningún candidato, ningún partido tiene una sola propuesta creíble y viable.

Por su experiencia, cada mexicano tiene una respuesta a esas preguntas, en las que, por supuesto, no se agota la percepción general que prevalece sobre los políticos y con la cual se puede predecir su comportamiento con un elevado nivel de lamentable certeza.

Así, el electorado tiene la decisión de ir a votar por más de lo mismo, prevaleciente por décadas, o por mucho de lo peor que esta vez se subió, por medio de la violencia, al “carro de la democracia” …

SOTTO VOCE…

El llamado de la intelectualidad a la ciudadanía para que vote por las candidaturas más competitivas, parece abonar en favor de los que han alcanzado ese status a base de dinero que, quizás en algunos casos, podría ser de dudosa procedencia. Competitivo podría ser sinónimo de deshonesto, o incluso de criminal...Tardía e inútil la observación que hace The Washington Post de que la campaña para las elecciones en México ha sido una de las más violentas.