Las críticas y los ataques; los razonamientos legales y las objeciones que se han expuesto contra la ampliación del periodo del ministro Arturo Zaldívar Lelo de Larrea como presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, han sido muy duros, pero si, como se preveía, la Cámara Baja le daría luz verde ayer para completar el trámite que se inició en el Senado, no son nada, comparados con lo que le espera.

El monstruo de mil cabezas que constituye todo el sistema judicial del país, desde ministerios públicos, jueces, magistrados y ministros y policías, origen de esa estructura, será la verdadera prueba de fuego que tendrá que encarar desde ya, hasta la conclusión del periodo que le concedieron los congresistas.

La moralización que se propone llevar a cabo el presidente de la República en ese ámbito con una reforma largamente esperada, es tarea para un Titán del Derecho y de la Ética, materias en las que el también presidente del Consejo de la Judicatura Federal ha dado sobradas demostraciones.

Para decirlo todo, el ministro se enfrentará a la Historia, a la tradición y a la inercia; tendrá qué vérselas con la descomunal fuerza de las innumerables redes de poder trabadas entre familias de juristas y sus parientes que, a lo largo de muchos años, han tejido grandes y fuertes telarañas de interés económico basadas en la corrupción y en la descarada y abierta venta de la justicia, vicios sobre los cuales no pocos han hecho grotescas fortunas.

Ese escenario, que bien podría llamarse “solo contra el mundo”, el de la (in) justicia, no será un “regalazo” para el jurisconsulto, como algunos lo consideran, sino una carga extremadamente pesada y difícil de llevar a cuestas, porque implicará, necesariamente, muchos y grandes riesgos, derivables de quienes no están dispuestos a perder los privilegios que han establecido y que defenderán con todos los recursos a su alcance.

Si el presidente Andrés Manuel López Obrador respalda la decisión de los congresistas para que Zaldívar siga al frente de la Corte pese a que constitucionalmente su presidencia debiera terminar el año entrante, es por la confianza que le inspira para que lleve a cabo la “limpia” profunda, completa e inaplazable que urge en el cuerpo penal nacional, considerado un foco de prevaricación que permea desde lo alto en todas las direcciones.

Esos cotos, dominados por funcionarios judiciales del máximo rango, incluyen a hijos, sobrinos, hermanos, tíos, compadres y prestanombres. Se entretejen y se nutren permanentemente cual casta que hasta ahora ha sido tan temible como inamovible, mirando a consolidarse para seguir explotando la justicia como si la tuvieran en concesión.

¿Enfrentarse a ese fenómeno es un “regalo” para el ministro Zaldívar? Contra lo mucho que se ha dicho y escrito en su contra, más bien debería ponderarse el valor, arrojo y determinación que ha tenido al aceptar el formidable reto de hacer lo que nunca nadie fue capaz siquiera de insinuar.

Si, como es de esperar, Arturo Zaldívar Lelo de Larrea demuestra la verticalidad y la decisión; la visión y la valentía que lo caracterizan en la tarea que se le ha puesto en las manos, sobre lo que se puede tener absoluta certeza, los cuestionamientos que se le han formulado se convertirán en elogios que los dejarán en el pasado.

Conociendo su trayectoria y su comportamiento, no hay duda de que responderá a la confianza que ha depositado en él el presidente López Obrador y que, lo que algunos consideren una mancha hoy, quedará lavada con el cumplimiento del compromiso que tiene… y con lo cual trascenderá la Historia.

SOTTO VOCE

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