La advertencia del presidente López Obrador de que “si no terminamos de pacificar a México, por más que se haya hecho, no vamos a poder acreditar históricamente a nuestro gobierno”, es una losa que le pesa ya demasiado y que muy difícilmente podrá bajar de sus espaldas con la sangre que está corriendo por todo el país.

Así lo confirman las 22 palabras que contienen esa sentencia, analizables en dos partes. La primera: “si no terminamos…”, tendría que dar por hecho que esa tarea comenzó al arrancar el sexenio y que registra algún avance. Pero las espeluznantes estadísticas de 80 asesinatos por día, no lo permiten.

Si se toma en cuenta que la administración AMLO lleva tres años y que la situación sigue agravándose, como lo demuestran estadísticas, no hay manera de aventurar que cumplirá una de sus grandes promesas de campaña.

Lo más grave alrededor de la criminalidad, es que el presidente se ha mantenido inamovible frente a la actuación de las bandas delictivas, que pululan en todo el territorio nacional.

Con su errática estrategia de “abrazos, no balazos”, los criminales saben que no sólo no habrá ley que los alcance ni castigo que se les aplique; podrían esperar incluso la liberación de importantes capos.

Las leyes, las instituciones y las facultades presidenciales, que deberían esgrimirse para procurar el bienestar de la sociedad, nunca habían sido soslayadas, inmovilizadas y neutralizadas desde el poder como ahora. Como ejemplo, está la Guardia Nacional paralizada, impedida para actuar contra los cárteles mientras se vuelven más sanguinarios.

Lo anterior, permite poner en perspectiva el juicio de la historia que espera por el presidente, que reafirma la segunda parte de su declaración, (“…por más que se haya hecho…”), puesto que, en rigor, nada se ha hecho. Nada positivo. De lo contrario, México no sería sembrado de cadáveres diariamente por doquier.

El desempeño del gobierno contra la delincuencia, visto con rigor, objetividad y magnanimidad, no acredita logros significativos. El discurso de que el crimen se ha estabilizado –en un pico elevado– no consuela a nadie. Como nunca, la ciudadanía está expuesta a un atentado, en cualquier modalidad.

Si ese es el panorama a la mitad del sexenio y se le suma la sucesión presidencial que está desatada, no se puede albergar la esperanza de que se cumplirá la obligación de pacificar al país. El presidente necesita de toda su fuerza, voluntad y atribuciones para hacerlo, pero con el 2024 abierto, todo apunta a lo imposible.

El fracaso que sobradamente se acredita en ese rubro, es incuestionable por la cantidad de asesinatos diarios. La total indefensión en la que se halla la gente, que inútil y desesperadamente clama por seguridad, se aprecia en el surgimiento de grupos de autodefensa, el último de los cuales apareció en Chiapas.

Que la sociedad tenga que hacer lo que es deber del Estado, implica que éste no está, se niega incumpliendo la obligación elemental de protegerla. El abandono en el que la ha dejado, permitiendo que los criminales aprovechen las oportunidades de “los abrazos”, es una señal inequívoca de que ha renunciado a su papel, funciones y deberes. Así, se lo coloca en el status de inservible.

Esa evidencia, sumada a la inacción contra la impunidad, la corrupción, y la crisis económica-sanitaria, hoy, inevitablemente desacreditan al gobierno. Difíciles de revertir esos indicadores en meses, no podrán acreditarlo históricamente. El juicio será muy duro…

SOTTO VOCE…Prácticamente imposible, derrocar a “Alito” del PRI. Los disidentes no muestran fuerza ni el apoyo para lograrlo… ¿Responderá alguien por el escandaloso sobreprecio que se pagó por el sistema de espionaje Pegasus?... Abrazo fraterno y solidario a Carlos Salomón, por su extraordinaria calidad de padre.

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