La pandemia de coronavirus muestra dos caras del capitalismo, históricamente antitéticas e irreconciliables. Una es descarnada y salvaje; brutal e inhumana, y la personifica el presidente de Estados Unidos, Donald Trump; otra, se muestra considerada y sensible; noble y humana, y la exhibe el jefe del Estado mexicano, Andrés Manuel López Obrador.

Urgido porque la economía se reactive ya, pese a que el Covid-19 ha dejado más de 73 mil muertes y cerca de 1.5 millones de contagios, Esta semana, Trump dijo:

“¿Serán afectadas algunas personas? Sí. ¿Algunas personas se verán afectadas gravemente? Sí. Pero tenemos que abrir nuestro país y tenemos que abrirlo pronto”.

Integrante destacado y fiel representante del capital, el jefe de la Casa Blanca deja ver, en una postura que no contiene el menor rubor ni el mínimo sentido social, la importancia del dinero. Este es la única prioridad. A él y los suyos sólo les interesa incrementar sus fortunas.

Nunca se había dado una expresión tan franca y real de lo que es esencialmente Norteamérica. Su espíritu es profundamente oligárquico; o sea, el gobierno de los ricos para los ricos, aunque se la sigue considerando una democracia por el simple trámite del voto.

A los plutócratas norteamericanos, como a los de todo el mundo, jamás les han importado los seres humanos. Sus fortunas vienen de la explotación a la que los han sometido.

En Estados Unidos son ellos los que pugnan por que la maquinaria industrial arranque de nuevo. Su infalible productora de capital no puede estar parada más tiempo. Las vidas humanas deben saciar sus ansias irrefrenables de acumular para dominar.

Por contraparte, el domingo pasado el presidente Andrés Manuel López Obrador se manifestó por la construcción de un nuevo modelo económico, que tendría como piedra de toque la reconversión de los organismos financieros internacionales que, como es bien sabido, sirven al interés de las potencias mediante la imposición de lucrativas recetas que se traducen en grandes sacrificios para las demás naciones.

El titular del Poder Ejecutivo escribió en sus redes sociales: “…los organismos internacionales deben reconvertirse para ser verdaderos promotores de la cooperación para el desarrollo y el bienestar de los pueblos y naciones”.

Esa postura entraña el bien histórico-filosófico-humanístico que haría del dinero un instrumento de justicia y concordia; paz y unidad; bienestar y progreso generalizados, y un mundo más habitable para muchas más personas. Sería la manera de cambiar la sentencia de San Juan, de que el dinero es el origen de todos los males, muchos de los cuales ya han sufrido y aún llevan encima la mayor parte de los habitantes del planeta.

¿Es la de Andrés Manuel López Obrador una utopía?

Es pronto para responder eso; pero es un ideal de alcance universal. Mas la lección que está recibiendo la población mundial por el coronavirus, es una posibilidad que, de empezar al menos a considerarse, reflejaría una visión de muy largo alcance y un imperativo categórico para el momento que, de no atenderse, es susceptible de traducirse en la reedición de indeseables dramas y tragedias.

El BM, el FMI, la OCDE, el BID, el G-20 pueden, efectivamente, transformarse, como sugiere López Obrador. Lo único que necesitan es asumirse con rostro humano y procurar el bienestar de las sociedades. Esa es la enseñanza suprema que debe dejar la pandemia.

Con ella, la Humanidad habrá aprendido y aprehendido que el dinero, empleado colectivamente, es una excelente forma de sobrevivir, convivir y vivir.

SOTTO VOCE…

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