El aumento en la transmisión de enfermedades por actividades humanas e interacción con humanos amenaza a las especies silvestres. Patógenos como bacterias, virus, hongos y protistas pueden afectar gravemente la estructura de los ecosistemas. De hecho, las enfermedades son la principal amenaza para muchas especies en peligro de extinción.

El exceso de nutrientes por fertilizantes en los campos agrícolas, las aguas negras de las ciudades y la deposición de nitrógeno atmosférico aumentan las poblaciones de muchas especies patógenas, ocasionando brotes de enfermedades en animales y humanos. Nuestra interacción con animales silvestres los expone a enfermedades a las que nunca han sido expuestos, y que pueden exterminar sus poblaciones.

En condiciones naturales, el nivel de infección disminuye cuando los animales migran y se alejan de sus heces, pieles viejas y otras fuentes de contagio. Sin embargo, en hábitats fragmentados los animales permanecen en contacto con las fuentes de infección, lo que aumenta la transmisión de enfermedades. Es decir, la destrucción del hábitat promueve el contagio de enfermedades, ya que en zonas fragmentadas la densidad de las poblaciones aumenta y crecen las tasas de transmisión de patógenos. Además, cuando la fauna es forzada a concentrarse en áreas más reducidas, la disponibilidad de alimento disminuye y tendremos animales desnutridos, débiles y más susceptibles a infecciones y epidemias. El hacinamiento causa estrés social y disminuye la resistencia a las enfermedades.

También, en muchas áreas naturales protegidas y zoológicos las especies entran en contacto con otras a las que sólo encontrarían raramente, si no es que nunca, en condiciones silvestres —particularmente los humanos y sus animales domésticos— lo que permite que infecciones como la rabia, la enfermedad de Lyme, la influenza, el distemper o moquillo, el hantavirus y la gripe aviar se trasmitan de una especie a otra.

En resumen, las enfermedades infecciosas se transmiten entre animales silvestres, domésticos y los humanos por el aumento en la densidad poblacional, el avance de la frontera agrícola, los asentamientos humanos en zonas silvestres y el tráfico internacional de fauna. Las implicaciones para la salud humana son graves. Piense usted en el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH) y el virus mortal del Ébola, que parecen haber sido transmitidos de animales silvestres a humanos y animales domésticos.

La buena noticia es que la biodiversidad puede regular las enfermedades, incluso aquellas transmitidas por humanos, ya que “diluye” la cantidad de especies hospederas (las que albergan bacterias, hongos y otros parásitos) y limita el tamaño de sus poblaciones por medio de la depredación y la competencia. Otra razón más para conservarla.

Organismos genéticamente modificados 

Desde los albores de la civilización hemos modificado genéticamente los cultivos domesticados y las especies animales: con reproducción selectiva, hibridación y otras formas de selección artificial. Hoy, sin embargo, millones de personas en todo el mundo exigen garantías de que consumir organismos genéticamente modificados (OGM, a cuyo código genético se han añadido genes de una especie diferente) no afectará su salud o les causará reacciones alérgicas.

Son preocupantes también los impactos de estos organismos en la agricultura, la producción de alimentos y la posibilidad de que las especies de cultivos genéticamente modificados puedan hibridarse con otras especies, promoviendo la invasión de malezas nuevas y agresivas, y la aparición de enfermedades virulentas. Por el temor a estas “cruzas” entre especies que no están relacionadas, varios gobiernos han impuesto controles a este tipo de investigación y sus aplicaciones comerciales.

En 2017 se sembraron 150 millones de hectáreas de tierras de cultivo con OGM (especialmente soya, maíz, algodón y semillas oleaginosas) en los principales países productores y consumidores de alimentos genéticamente modificados: Estados Unidos, Brasil, Argentina, India y Canadá. Se trabaja también con animales genéticamente modificados, y los salmones y los cerdos muestran potencial comercial.

Los OGM pueden aumentar la producción de cultivos para alimentar a la creciente y hambrienta población humana, usarse en la elaboración de medicinas nuevas y baratas, y reducir el uso de químicos en los campos agrícolas. Pero su uso indiscriminado puede también dañar a especies distintas de las cultivadas, como insectos, aves y muchos otros organismos esenciales para el buen funcionamiento de los ecosistemas.

La mejor estrategia para lidiar con los OGM es la precaución: antes de autorizar su uso comercial deben investigarse y evaluarse cuidadosamente sus beneficios contra sus riesgos potenciales y, una vez que estos organismos han sido introducidos al ambiente, deben vigilarse sistemáticamente sus efectos en la salud humana y en la naturaleza.

Científico y ambientalista
Twitter: @ovidalp  

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