No pertenezco a ningún partido político.

Admito, no obstante, que siempre he simpatizado con las mejores causas de la izquierda —anteponer la razón sobre la fe, la ignorancia, los prejuicios o los dogmas; la lucha por la justicia social, libertad de expresión e igualdad de derechos para las mujeres; y la protección de la naturaleza y el combate al calentamiento global.

La protección ambiental es una bandera que por años han enarbolado los gobiernos izquierdistas latinoamericanos —principalmente desde la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro en 1992. Refiriéndose a la destrucción ambiental y el cambio climático, Fidel Castro, en ese entonces presidente de Cuba, señaló: “Mañana será demasiado tarde para hacer lo que debimos haber hecho hace mucho tiempo”.

Treinta años después, en 2022, los presidentes izquierdistas Gabriel Boric de Chile y Gustavo Petro de Colombia llegaron al poder comprometiéndose a poner la protección de la naturaleza y el combate al cambio climático al centro de las políticas públicas de sus países. Hace dos semanas, los dos reafirmaron este compromiso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Para muchos, sin embargo, el ambientalismo de los gobiernos de izquierda es sólo un antifaz y les acusan de “ecocidas”. No lo creo. Como tampoco creo que proteger o destruir el medio ambiente dependa de si uno es de derecha o de izquierda. Cuidar la naturaleza es más bien sentido común y congruencia de esta generación con las siguientes. Es cuestión de amor y respeto por la vida, por un planeta sano para todos.

Por eso, las políticas ambientales de cada mandatario deben ser evaluadas independientemente, sin importar sus preferencias liberales o conservadoras.

Vivir en un medio ambiente sano es un derecho humano insoslayable —y la educación, la tecnología y la ciencia de calidad son herramientas esenciales para enfrentar los desafíos ambientales, económicos y sociales de la humanidad.

No olvidemos que América Latina y el Caribe alberga 40% de la biodiversidad del planeta y sus inmensos beneficios. Tiene 9 millones de km² de selvas, 30% del agua dulce del planeta, 700 millones de hectáreas de tierras cultivables y genera 24% de las capturas pesqueras mundiales.

Pero la región también tiene 175 millones de pobres, incluyendo 75 millones de indigentes, y una deuda pública bruta combinada de más de dos billones de dólares. América Latina y el Caribe tiene unos 640 millones de habitantes y tendrá unos 800 millones en 2050. Todo esto conlleva enormes desafíos ambientales, económicos, sociales y políticos.

Dada la tendencia de la región a elegir gobiernos de izquierda, vale la pena examinar la gestión ambiental de algunos de sus líderes. Porque, más allá de sus aciertos y desaciertos en otros ámbitos, su legado ambiental será juzgado implacablemente por ésta y las generaciones futuras. Los ciudadanos debemos aprender de nuestros errores y elegir gobernantes a quienes verdaderamente les importe el futuro del país y de nuestros hijos.

Resulta complejo evaluar el desempeño ambiental de algunos mandatarios debido a los impactos de las crisis sociales, económicas y políticas en sus naciones. Pero también por el férreo control que regímenes autocráticos mantienen sobre la libertad de expresión y la sociedad. Por eso es difícil constatar si sus buenas intenciones y discursos en foros internacionales, y la promulgación de leyes ambientales nacionales, son serias o sólo son retórica.

Este es el caso de regímenes como los de Fidel y Raúl Castro en Cuba , Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela y Daniel Ortega en Nicaragua. Honestamente, desconfío de su desempeño ambiental en vista de su deplorable historial de menosprecio por los derechos humanos. ¿Cómo puede uno abusar de sus propios compatriotas, traicionar las mejores causas de la izquierda y al mismo tiempo preocuparse por la naturaleza?

Hay, sin embargo, mandatarios de izquierda que han demostrado que el respeto por el medio ambiente no es asunto de colores políticos.

En Bolivia (2006-2019), Evo Morales levantó la voz por los derechos de la “Madre Tierra” y luchó contra el cambio climático. En Chile (2006-2010 y 2014-2018), Michelle Bachelet decretó 1.3 millones de km² de áreas marinas protegidas nuevas y triplicó la generación de energía renovable. En Uruguay (2010-2015), José Mujica abogó por un “desarrollo preservando la vida del planeta” y el ambiente fue central para diseñar políticas de Estado. En Ecuador (2007-2017), Rafael Correa introdujo los derechos de la naturaleza en la nueva Constitución de su país.

Brasil y México —las dos economías más grandes de la región— son casos paradigmáticos.

En Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010) protegió la Amazonía (aunque apoyó la construcción de dos grandes presas hidroeléctricas y su secretaria de medio ambiente renunció en protesta) y respaldó el Protocolo de Kioto sobre cambio climático.

Mañana domingo los brasileños eligen presidente. En campaña, Lula prometió que, de ser reelegido, dará prioridad al medio ambiente, protegerá la Amazonía y combatirá el cambio climático. Si gana —y cumple sus promesas— Brasil y el mundo por lo menos tendrían una tregua ambiental.

Y es que el ultraderechista Jair Bolsonaro dejó una debacle al desmantelar muchas de las regulaciones ambientales, incentivar una deforestación sin precedentes y perseguir con saña a pueblos indígenas y ambientalistas que se opusieron a la destrucción de la Amazonía.

En 2018, Andrés Manuel López Obrador se convirtió en el primer presidente mexicano de izquierda desde el general Lázaro Cárdenas, hace 84 años. Muchos confiamos que cumpliría sus promesas de campaña y protegería el medio ambiente, y que los ambientalistas de su movimiento defenderían lo que por muchos años lucharon —especialmente, Claudia Sheinbaum, jefa de gobierno de la Ciudad de México, y el Canciller Marcelo Ebrard.

Sheinbaum participó en el Panel intergubernamental sobre el cambio climático de las Naciones Unidas, que recibió el Premio Nobel de la Paz en 2007; y Ebrard, quien como jefe de gobierno impulsó la transformación de la Ciudad de México con su “plan verde”, en 2010 fue nombrado Mejor Alcalde del Mundo por su papel movilizando a otros alcaldes contra el cambio climático.

Desafortunadamente para México, nos equivocamos. Después de cuatro años queda claro que el medio ambiente no es prioridad para esta administración, y las principales agencias ambientales —Semarnat, Conanp, Conafor, Inecc, Profepa, Conabio— están siendo desmanteladas o debilitadas gravemente.

Todo esto, mientras se privilegian con centenares de miles de millones de pesos megaproyectos —como el Tren Maya y la Refinería de Dos Bocas — seriamente cuestionados por los enormes daños ambientales y sociales que causarían. Durante cuatro años, científicos, ambientalistas y activistas que critican estos megaproyectos han sido vilipendiados, hostigados desde el poder.

La política energética de México sigue enfocada en extraer petróleo y gas, es inconsistente con el Acuerdo de París de 2015 y desincentiva las inversiones en energías renovables. México incumplirá sus compromisos internacionales de reducir 22% los gases de efecto invernadero y alcanzar un pico de emisiones en 2026, y de generar 35% de su energía de fuentes limpias para 2024 y 43% para 2030.

Mientras, en Chile en marzo pasado, un nuevo presidente, Gabriel Boric, se comprometió a conformar el primer gobierno ecologista del país para enfrentar las crisis hídrica y climática. Destacan sus iniciativas para garantizar el derecho humano al agua, crear un fondo de adaptación al cambio climático y combatir la inequidad energética.

Al tomar posesión, en agosto, como el primer presidente de izquierda en la historia de Colombia, Gustavo Petro prometió un gobierno de paz, reconciliación, justicia social y justicia ambiental. Dejó claro que proteger la biodiversidad y combatir el cambio climático serán ejes rectores de las políticas públicas de su administración: “Protegeré nuestro suelo y subsuelo, nuestros mares y ríos, nuestro aire y cielo", dijo. Amanecerá y veremos.

No voté por Petro, pero sinceramente le deseo éxito por el bien de Colombia.

Los presidentes Boric y Petro alimentan la esperanza de un nuevo modelo de líder de izquierda. Los dos gobernarán sus países durante cuatro años (2022-2026) —pero sólo el tiempo dirá si cumplen las promesas que hicieron a las juventudes chilenas y colombianas, que fueron la mayoría de los votantes que los llevaron al poder.

Entre tanto, la economía global interconectada continuará creciendo. La población urbana seguirá aumentando, y sus patrones de consumo determinarán nuestra huella ambiental. La temperatura promedio mundial probablemente aumentará más de 2°C —originando millones de refugiados climáticos, pérdida de biodiversidad, menor producción de alimentos, menor seguridad hídrica y energética en todo el planeta.

Si América Latina y el Caribe aprovecha estratégica y sustentablemente sus formidables recursos naturales, trazará la ruta para construir economías vigorosas y sociedades más justas. Ese es nuestro mayor desafío, y poco importa si usted o yo somos de izquierda, de derecha o ambidiestros.

Se requerirá una buena dosis del legendario realismo mágico latinoamericano, pero vale la pena intentarlo.

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Hay aire y sol, hay nubes. Allá arriba un cielo azul y detrás de él tal vez haya canciones; tal vez mejores voces...Hay esperanza, en suma. Hay esperanza para nosotros, contra nuestro pesar. Pedro Páramo, Juan Rulfo.

Científico y ambientalista
vidalpomar@gmail.com



 

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