A las miles de víctimas inocentes de los infames atentados terroristas en Israel y a las miles de víctimas inocentes de los infames bombardeos y el asedio en Gaza

Mientras que esperamos que en ambos bandos impere la cordura sobre la barbarie, en tiempos aciagos como éstos tal vez no nos quede otro refugio más que la poesía. Esta es una selección y mezcla libre, entrelazada y literal de 15 de los 72 cuartetos que componen el Rubaiyat o رباعیات عمر خیام del poeta persa (actual Irán) Omar Khayyam (1048-1131).

Aunque pesimista para muchos, su mensaje métrico es simple –Contra las flores marchitas y los gusanos y los sepulcros, optemos por el canto del ruiseñor, por el amor, por la aurora. Contra la muerte, la locura, la desolación, la angustia y el peso del dolor, optemos por la esperanza por la vida, el césped que brilla tras la lluvia, por el despertar de un niño.

Khayyam transmite eternidad, hondura, incertidumbre, la relación con un solo Dios. Para él la naturaleza y el mundo material son bellos y sensuales, voluptuosos y sencillos, hechizantes y misteriosos –y hay que vivirlos con alegría. El Rubaiyat es una gota de cordura en medio de esta barbarie santa. Porque ni Palestina ni Israel ganan, nadie gana, todos perdemos.

Aquí 15 de sus 72 versos:

Aspirar a la paz aquí abajo: locura; creer en el eterno reposo: locura. Después de la muerte, tu sueño será breve, y habrás de renacer en un puñado de hierba pisoteada por el viandante o en una flor que el sol marchitará.

Dirige la mirada a tu alrededor: no verás sino desolación y angustia. Tus mejores amigos han muerto y la tristeza es tu sola compañía. Mas levanta la cabeza y extiende tus manos: coge todo lo que desees y puedas conseguir. El pasado es un cadáver que debes sepultar.

¿Para qué encender las lámparas, si los huéspedes se han quedado dormidos? Veo lo suficiente para notar su palidez. Así estarán, extendidos y yertos, en la noche del sepulcro. ¿Para qué encender las lámparas, si no hay aurora entre los muertos?

El viento del sur marchitó las rosas que loaba, en sus cantos, el ruiseñor. ¿Habrá que llorar por ellas o por nosotros? Cuando la muerte marchite nuestras mejillas, otras rosas se abrirán.

El vasto mundo: un grano de polvo en el espacio. La vana ciencia de los hombres: palabras. Los pueblos, las bestias y las flores de los siete climas: sombras. El fruto de tu continua meditación: nada.

Supongamos que hayas resuelto el enigma del universo, ¿cuál es tu destino? Supongamos que hayas arrancado a la verdad todos sus velos, ¿cuál es tu destino? Supongamos que hayas vivido feliz cien años, y vayas a vivir aún cien años más, ¿cuál es tu destino?

Bien sabes que no tienes ningún poder sobre el destino, ¿por qué la incertidumbre del mañana motiva tu ansiedad? Si eres prudente, goza el momento que pasa; lo futuro, ¿qué encerrará?

¡Cuán débil es el hombre! ¡Qué ineluctable el destino! Faltamos a nuestros juramentos, y la deshonra nos es indiferente. Yo mismo, a menudo, obro como un insensato; mas tengo la disculpa de estar enamorado.

La verdad y el error, la certeza y la duda, no son sino palabras huecas como pompas de jabón. Irisadas o grises, esas burbujas son la imagen fiel de nuestra vida.

Gira la ruleta, indiferente al cálculo de los sabios. Renuncia al esfuerzo vano de contar las estrellas. Medita más bien en esta verdad: habrás de morir, no soñarás más, y los gusanos de la tumba, o los perros vagabundos se disputarán tus despojos.

Cuando hayamos muerto, no habrá ya rosas ni cipreses, ni labios rojos ni vino perfumado; tampoco habrá ni penas ni alegrías, ni auroras ni crepúsculos. El universo se aniquilará, puesto que su realidad depende tan sólo de nuestro pensamiento.

No siento ningún temor por la muerte: prefiero este trance doloroso al sino ineluctable que me fue impuesto el día de mi nacimiento. ¿Qué es la vida? Un bien que me confiaron sin pedirlo, y que habré de volver con indiferencia.

Lámparas que se apagan, esperanzas que se encienden: la aurora. Lámparas que se encienden, esperanzas que se apagan: la noche.

¿Sabes lo que te puede acontecer mañana? Ten confianza, pues, de lo contrario, no dejará el infortunio de justificar tus temores. No te apegues a nada. No interrogues los libros ni a los hombres: él destino es inescrutable.

Cuando vaciles bajo el peso del dolor, y estén ya secas las fuentes de tu llanto, piensa en el césped que brilla tras la lluvia; cuando el resplandor del día te exaspere, y llegues a desear que una noche sin aurora se abata sobre el mundo, piensa en el despertar de un niño.

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