Diana Sánchez

Quién te dice que no te está contando ficciones
para alargar la prórroga del fin
y sugerir que todo esto tuvo al menos algún sentido
Memoria – José Emilio Pacheco

La pandemia por COVID-19 obligó a que se establecieran medidas de seguridad sanitaria alrededor del mundo que implicaron que millones de personas se confinaran en sus casas. Comenzamos a diseñar nuestras vidas dentro de las cuatro paredes que generalmente sólo nos ven dormir. Nuestros hogares pasaron de ser un referente de nuestra vida íntima a ser espectadores de todo lo que somos, hacemos y pensamos.

Pero a la vez, crear estos pequeños mundos aumentó la distancia con los demás. Todo lo externo es una amenaza y nos da miedo. Nos internamos en nuestro mundo a cuestionar todo lo que no es parte de él. Aumentamos nuestra protección, en este momento la simple idea de estar cerca de alguien representa un riesgo. Nos alejamos. Ahora, todo lo que está afuera es incierto y la pausa nos da consciencia de lo avasalladora que es la realidad.

Como seres humanos, el miedo nos frena y nos hace pensar dos veces las cosas. Vivimos con miedo de ser despojados de nuestras pertenencias materiales, de nuestra estabilidad emocional, y ahora, de nuestra salud, a fin de cuentas, de nuestra vida.

El miedo a ser víctima de un delito, que no es exclusivo de este momento de la historia, carcome nuestra estabilidad individual y erosiona la percepción que tenemos respecto de nuestras comunidades, exacerba nuestra intolerancia a algunos grupos sociales y a ciertas condiciones y modos de vivir. Considerando que éste está estrechamente relacionado con los dos factores que mencioné y no mantiene una relación de causalidad con las tasas de incidencia delictiva, se entiende que es la condensación de todas las ansiedades públicas derivadas de situaciones estructurales.

A ese miedo se le agregaron los derivados de la situación mundial. La sensación de no poder actuar con libertad, de que nuestras acciones y decisiones no estén en nuestras manos nos mantiene en un constante estado de alerta. Perdimos nuestras rutinas, algunos perdieron sus empleos, otros lo han perdido todo. Nos sentimos desprotegidos por las autoridades del país.

Sin embargo, el miedo, como la cuarentena, no es definitivo, y en esa duda no sólo cabe la esperanza sino una oportunidad para recuperar nuestros referentes, porque, aunque allá afuera parece que todo acaba, adentro se resignifica la vida. También es una catapulta que nos ofrece impulso para insertarnos en el dinamismo de la realidad. No olvidemos que es momento de cuidarnos entre todos, de fortalecer los esfuerzos conjuntos, que más que nunca nuestras acciones impactan en el otro.

Al final, recordaremos que no somos sin el otro.

Investigadora del Observatorio Nacional Ciudadano
@_dianasanchezf

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