Por María Teresa Martínez Trujillo 

Las gafas violetas suelen usarse como metáfora de la conciencia feminista. Al ponérnoslas, somos capaces de ver el mundo de manera distinta, pues el filtro violeta nos mostrará con nitidez cómo las mujeres lidiamos con una desigualdad estructural y añeja en múltiples espacios[1]. Quien porta estas gafas será sensible ante escenarios de opresión y violencia que nuestra vista miope nos ha enseñado a considerar normales, o al menos tolerables.

Aunque en el último año las movilizaciones feministas no han cesado de señalar que la violencia que vive México tiene una expresión dirigida a las mujeres, la conciencia feminista aún parece un accesorio que, en un descuido, se nos pierde. Ese es un riesgo especialmente latente en tiempos de campañas electorales.

Cuando la conquista de los votos dicta la agenda y, tristemente, ésta no siempre es compatible con afrontar la violencia contra las mujeres, les candidates pueden perder sus gafas (si acaso alguna vez las tuvieron), desandando valiosos pasos en el camino.

Tomemos como ejemplo el caso de Clara Luz Flores, candidata de Morena a la gobernatura de Nuevo León. Como alcaldesa de Escobedo, y de la mano de la sociedad civil organizada, la hoy candidata puso en pie un valioso proyecto para atender la violencia contra las mujeres: la casa Puerta Violeta[2].

Más allá de ser un refugio para las mujeres que huían, literal, de la violencia que amenazaba sus vidas, Puerta Violeta se convirtió en un modelo de atención estructural a sus beneficiarias. El tema no es menor, especialmente para un estado que en 2020 se ubicó como el segundo del país con más carpetas de investigación por violencia familiar y el tercero por feminicidio[3].

Al parecer, una alcaldesa con gafas moradas y la experiencia de las organizaciones que hace años trabajan el tema, resulta una fórmula útil ante tal problema. Sin embargo, en medio de la polémica sobre la candidatura de Félix Salgado en Guerrero, Clara Luz perdió las gafas por un momento: “No sé de qué me hablas”[4], dijo al reportero que buscaba su postura sobre el dilema que enfrenta su partido.

Aunque la candidata reculó más tarde señalando que, de ser cierto que Salgado es un agresor sexual, “no debe ser candidato y debe ser castigado”, su trastabilleo fue muy desafortunado. ¿Acaso duda en atarse las gafas si éstas tienen costos en su partido o ante los electores?; ¿acaso los pasos andados, más que de la conciencia feminista, son hijos de la oportunidad política? Tal vez sólo patinó en un terreno en el que, como muchas de nosotras, está aprendiendo a caminar.

En todo caso, esta experiencia nos enseña que, en tiempos de campaña, los candidatos harán de la conciencia feminista un accesorio quita-pon. Pero, en un país en el que se registraron 967 víctimas de feminicidios en 2020[5], atarnos las gafas violetas resulta urgente. Si a esto sumamos los feminicidios que no llegaron a los registros de las autoridades, los episodios de violencia cotidiana que aún no son asesinatos, o las víctimas de desaparición y trata, resulta que candidatos y electores, más que gafas, requerimos un implante.

Profesora-Investigadora en el Tec de Monterrey e Investigadora en el ONC 
@TereMartinez 

[1] Según Nerea Pérez (Feminismo para torpes, Barcelona: Planeta, 2019), la expresión “ponerse las gafas violetas” fue acuñado por Gemma Lienas en El diario violeta de Carlota (Barcelona: Destino, 2013).

[2] Campos Garza, L., “Puerta Violeta, vía para escapar de la violencia”, Proceso, Julio 13, 2019.

[3] Datos del SESNSP, disponibles en la plataforma del ONC: https://delitosmexico.onc.org.mx/

[4] González, L. y Villegas, G., “Revira Flores en caso Salgado: ‘debe ser castigado’”, El Norte, Febrero 19, 2021.

[5] Datos del SESNSP, disponibles en la plataforma del ONC: https://delitosmexico.onc.org.mx/

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