Una disculpa de antemano por hablar hoy en primera persona, pero en esta ocasión escribo no sólo desde el cerebro sino desde el corazón. Hace 16 años, el 3 de enero de 2006, murió el reportero, corresponsal de guerra y conductor de su querida Televisa , el periodista Agustín Granados , ese día se me partió el alma.

En mi historia periodística he tenido varios mentores que me marcaron: Por ejemplo Carlos Marín , con quien aprendí y crecí como editor durante 14 años en Milenio y con quién en ese tiempo el trabajo siempre fue abonado con grandes inyecciones de dureza y cariño, o José Carreño Carlón que con su implacable elegancia y profesionalismo cuando hace 26 años hacía mis pininos como reportero en El Nacional , se dio el tiempo de meter unas cuartillas en la máquina de escribir para enseñarme cómo redactar una nota o un reportaje, o Pablo Hiriart que en La Crónica me afinó el rigor en el trabajo periodístico so pena de muerte.

Pero Agustín me tomó de la mano y me dio todo. Depositó en mí, a veces como un energúmeno, a veces con paciencia y otras con amor infinito, toda una vida y no sólo la profesional sino la personal. Hay frases, muchas, que lo definen en los dos ámbitos, ahí van dos: “¡Cabrón, ve a ver qué pasó, los reporteros no se hacen por teléfono!” O “No te equivoques Gordo, la máxima aspiración de un hombre no debe ser exitoso sino ser bueno”.

En estos tiempos con Agustín estaríamos como siempre analizando y comentando la vida pública. Era un hombre de izquierda, surgido del movimiento estudiantil de 1968 y ahora seguramente sería militante de Morena.

Coincidiríamos en el gran acierto de prohibir la devolución de impuestos a grandes corporativos, la barbaridad de la cancelación del aeropuerto de Texcoco, la tragedia de la carencia de medicamentos para niños con cáncer, la fallida construcción de un polo opositor eficaz, la saña contra Rosario Robles y el terror que representa la cercanía de la 4T con dictaduras y estados fallidos como Venezuela , Cuba , Ecuador o Nicaragua … y aquí estaría llorando pues fue el primer conductor del noticiero sandinista tras el triunfo de la revolución del FSLN.

Pero discutiríamos duro sobre la sucesión presidencial adelantada, las candidaturas de Claudia Sheinbaum , Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal , de si hay uso político de la justicia en el caso de José Manuel del Río Virgen , de la necesidad de revisar el modelo de asistencia social del gobierno, sobre si hay o no militarización, de si existe una reedición del PRI como partido corporativo y autoritario con Morena, de la revocación de mandato, de las mañaneras y mucho más.

Agustín me hizo parte de la familia que construyó con su adorada Livier y con las increíbles Lorena y Liviercita, que fue ampliada con sus compadres Joaquín López-Dóriga y Pepe Cárdenas, con amigos como Ricardo Rocha y Rafael Cardona y un montón de hijos no biológicos como yo, mis hermanos, El Chango Julio González, Marisa Rivera, Paco Barradas, Lalo Salazar, Susanita Castaneira o Lulú Esquivel… y muchos más que dejó regados por ahí.

Nos hace a todos mucha falta, no sólo en lo personal, sino por su agudo sentido de la política. Sería interesante saber cómo vería a México y a su clase política en estos tiempos a través de su columna Dicen los que saben o si su compadre López-Dóriga lo habría convencido en entrar a las plataformas digitales.

En fin, ya son más de cinco lustros de que no está físicamente con nosotros gracias a un cáncer de garganta adobado con cigarro y tequila, iba a cumplir 61 años el 2 de febrero; pero ojalá en su familia, sus amigos y sus hijos adoptivos quede mucho, pero mucho de Agustín.

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