Hoy, a pocos días de que llegue la Navidad y concluya un año más, me he detenido a reflexionar, a mis casi 84 años, sobre el desarrollo de nuestro país. No soy experto en economía, no domino cifras de inflación ni indicadores macroeconómicos; no sabría decir con certeza si México va bien o va mal.
Lo que sí sé es que no vivimos los mismos tiempos que en los años sesenta, y esa diferencia se siente en lo más profundo de nuestra sociedad.
Me preocupa profundamente la juventud. Tengo la sensación de que se ha perdido la cultura del esfuerzo que nos inculcaron nuestros abuelos y padres. Antes, salir adelante implicaba sacrificio, disciplina y constancia. Hoy pareciera que muchos jóvenes esperan que todo les sea dado, sin asumir el compromiso de trabajar duro para alcanzar sus metas.
Recuerdo claramente a mi abuela repitiéndome una frase que hoy suena dura: “las letras con sangre entran”. Me hacía estudiar, prepararme y no rendirme. Esa enseñanza fue clave en mi formación. Por eso no comprendo por qué hemos dejado de transmitir esos valores a nuestros hijos y nietos. Y no se trata de cosas de maltrato ni mucho menos, pero sí de apretar las riendas en algunos aspectos.
A lo largo de mi vida nunca sentí pereza para trabajar. Empecé desde muy abajo, sin haber estudiado en los mejores colegios, y aun así, con jornadas de hasta 16 horas diarias, construí una empresa sólida que hoy cumple más de cinco décadas. Muchos hablan de suerte; yo hablo de esfuerzo.
No soy pesimista ni crítico del gobierno. Creo en el trabajo bien hecho, en la pasión por lo que uno hace y en la necesidad de mantener una actitud positiva. A mis casi 84 años sigo innovando, sigo trabajando y sigo creyendo que el verdadero éxito está en amar lo que se hace.
Deseo que los jóvenes entiendan que sin esfuerzo no hay futuro. Que más allá de la economía, lo importante es la unión familiar, el compromiso y el amor por lo que hacemos.
Les deseo a todos una Feliz Navidad y un 2026 lleno de bendiciones.
Profesor deportivo