Ocho días en Singapur para el Campeonato Mundial de Natación, y después, un salto a Tallinn, Estonia, para los International Children’s Games. Dos ciudades completamente distintas, pero ambas me han dejado claro algo: hay realidades que en México parecen lejanas, pero que deberíamos aspirar a alcanzar.

Quiero centrarme en Tallinn. Aquí se respira algo que en nuestro país se nos ha ido escurriendo entre los dedos: libertad. Estonia se liberó del yugo soviético a principios de los noventa, tras décadas de represión comunista. Su independencia no fue solo un acto político, fue una revolución del espíritu de todos sus habitantes. En 1991, miles de estonios se unieron en la llamada “Revolución Cantada”, enfrentando tanques con cadenas humanas que cantaba a todo pulmón con una determinación inquebrantable. Hoy, más de 30 años después, esa libertad se nota en cada rincón.

Caminar por sus calles es sentirse seguro. La gente es amable, vive sus problemas cotidianos, pero sin el peso del miedo constante. Los 32 nadadores mexicanos, de 15 años y menores, que participaron en los ICG lo vivieron: pudieron salir solos, pasear, ir de compras, comer donde quisieran, sin mirar por encima del hombro. Algo tan sencillo, pero tan lejano para nosotros.

En México, la violencia y la corrupción nos han arrebatado ese derecho básico. Somos prisioneros de la inseguridad, rehenes del crimen organizado que opera a plena luz del día y bajo el amparo de autoridades corruptas. Vivimos calculando rutas seguras, evaluando si salir de noche es un riesgo, enseñando a nuestros hijos a desconfiar de todo y de todos.

En Tallinn y en Singapur recordé lo que es sentarse en un café sin preocuparse por quién entra, caminar sin voltear cada minuto, dejar que los jóvenes vivan sin custodia permanente. En México, alguna vez, tuvimos eso. Éramos una sociedad que convivía sin miedo, que no estaba rota por la desconfianza.

Los mexicanos no somos malos por naturaleza, nuestro país es hermoso, pero somos víctimas de un sistema podrido, de una impunidad que alimenta la violencia y nos roba la paz. Por eso, estar aquí me provoca nostalgia. Porque la libertad que gozan los estonios debería ser vivida por los mexicanos.

Ojalá que en nuestro hermoso país, algún día venga su propia revolución pacífica por la libertad. Porque no merecemos vivir así. Merecemos volver a caminar sin miedo.

Profesor

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.

Comentarios