Hemos vivido una de las semanas más grises en los últimos años dentro de la sociedad mexicana. El rapto y cruel asesinato de una pequeña de siete años, que ha generado gran indignación, pero también una profunda tristeza al darnos cuenta de lo que se ha convertido nuestro querido México.

Los culpables de esta atrocidad ya están en proceso, que esperemos se cumpla como debe ser para que se haga justicia (si es que ante un acto como éste puede encontrarse tal) de la manera en que marca la ley. Claro que nada hará regresar la tranquilidad a los padres de Fátima; créanme, sé de lo que escribo. Perder un hijo es algo que no se le desea a nadie, sobre todo de esta manera.

El presidente Andrés Manuel López Obrador se refirió a este caso como parte de la “descomposición que produjo el predominio de lo material. Son crímenes que tienen que ver con odio, con problemas sociales, familiares, es una enfermedad social... Es muy lamentable que esto suceda y desde luego estamos haciendo todo lo que nos corresponde para evitarlo, creo que lo más eficaz es procurar entre todos, con el gobierno como el principal responsable, aplicar una política para tener una sociedad mejor”. Lo cierto es que muchas familias seguimos en espera de justicia, es lo único que pedimos.

En medio de la vorágine de información y la manera en que respondió la sociedad a través de las redes sociales, viene una de las principales reflexiones del caso.

Desafortunadamente, me suena familiar que no se hayan cumplido los protocolos en el caso de Fátima. Es penoso lo ocurrido con esta pequeña, sobre todo las especulaciones que se dieron en los primeros días. Decía que me es familiar, porque me hace recordar lo que hace más de 10 años pasó con mi pequeña cuando tampoco se cumplieron los protocolos. Esto no es algo casual, históricamente no hemos avanzado en nada en lo que se refiere a la justicia mexicana. Recuerdo que cuando mi hija, desgraciadamente la autoridad influyó en mi persona para no denunciar el secuestro. Pasó un año, decían que si abría la boca y denunciaba públicamente lo que estaba pasando, mi niña podía morir, pero eso tampoco ayudó.

Mucha gente habló de por qué dejaron salir a la niña de la escuela cuando la gente que fue por ella no era su familiar. Pero yo les pregunto: ¿De cuándo acá en las escuelas públicas se dan cuenta quién va por los niños? Sabemos que se abren las puertas y salen los jovencitos porque muchos se van solos a sus casas ya que los papás están trabajando. Claro que debería haber un protocolo al respecto, como sí pasa en las escuelas privadas.

Yo por lo pronto, y como muchas familias, sigo esperando la sentencia de los infelices que asesinaron a mi niña, pero en el caso de Fátima (que es un ejemplo más de la descomposición de nuestro país), ojalá que quienes impartan justicia lo hagan como se debe o seguiremos con estas atrocidades sin que haya castigos reales.

Lamentablemente, este tipo de casos se repiten mientras en la sociedad seguimos en espera de una verdadera impartición de justicia y no tarde como en muchos otros casos, en los que la falta de empatía de las diferentes autoridades hacen que las familias de las víctimas sigan en sufrimiento.

Profesor

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