Hablar de México y de los mexicanos sin referir en algún momento su devoción por la Virgen de Guadalupe es, simplemente, imposible. La imagen de la Virgen Morena no sólo habita en iglesias o altares, vive en la cotidianidad, en el corazón de millones de mexicanos que sin importar su origen o condición económica, la reconocen como un símbolo de protección, identidad y esperanza.

La devoción guadalupana es uno de los fenómenos culturales y espirituales más profundos del país. Dentro de la fe católica, está presente en las casas humildes y en las residencias más lujosas, en mercados, taxis, en hospitales, estadios y hasta en competencias.

Un ejemplo es el llamado Maratón Guadalupano en Acapulco, evento que desde hace décadas se realiza en la playa de Caleta y la zona de la Virgen de la Roqueta.

Cada año, más de cinco mil personas se congregan en la bahía para participar o presenciar esta tradición que mezcla fe y deporte. Sin embargo, lo que debería ser una celebración noble también abre preguntas incómodas sobre el uso de su nombre y el verdadero beneficio social que genera. La devoción no debería ser pretexto para el beneficio de unos cuantos. Honrar a la Virgen también implica coherencia, transparencia y un compromiso genuino con la comunidad a la que se dice representar.

La Virgen de Guadalupe acompaña al deportista, al migrante en su travesía, al enfermo que espera un milagro… En este país tan lleno de contrastes y de segregación social, es uno de los pocos puntos con los que la mayoría coinciden.

Más allá de la fe, representa respeto, ya sea por la tradición, la historia y una herencia que se transmite de generación en generación. Para muchos mexicanos, creer en ella no es una imposición, sino una costumbre profundamente arraigada, una forma de sentirse acompañados en los momentos más difíciles.

Por eso es que cada 12 de diciembre, millones de personas caminan kilómetros, algunas descalzas, otras de rodillas, para agradecer o pedir. No importa el cansancio, la edad o el estatus social.

Ese día, México se detiene para mirar a la misma figura, para compartir una devoción que no distingue clases ni ideologías. Es una muestra clara de que, cuando se trata de la Virgen, las diferencias se diluyen.

En tiempos de polarización y desencuentros, la Virgen de Guadalupe sigue siendo un punto de unión. Un símbolo que recuerda que, pese a todo, existe algo que nos conecta como nación.

No todos creen de la misma manera o manifiestan esa fe de la misma forma, pero respetan su lugar en la vida del país e incluso fuera del mismo. La Virgen de Guadalupe no sólo es fe. Es identidad, es cultura, es esperanza. Es una presencia constante que sigue acompañando a México en cada paso de su historia.

Profesor

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