Porfirio Díaz y Benito Juárez Maza, hijo del “Benemérito de las Américas” en el panteón de San Fernando, en 1906. Esta foto nos hace pensar en la relación entre Díaz y Juárez, a quien conoció a sus 18 años cuando era gobernador de Oaxaca, alrededor de 1848, como se narra en sus Memorias. RML. Foto: INAH.
Texto: Raúl J. Fontecilla
Hace 100 años, EL UNIVERSAL publicó en exclusiva un libro en que el general oaxaqueño que pasaría 30 años como presidente relató sus primeras cuatro décadas de vida, las Memorias de Porfirio Díaz , a lo largo entregas diarias de octubre a noviembre de 1922.
Guillermo Vigil , hijo del destacado periodista don José María Vigil, fue quien entregó a El Gran Diario de México las líneas que el oaxaqueño dictó en presencia suya y del diplomático Matías Romero, entre agosto y octubre de 1892.
En vista de que Vigil quiso permanecer al margen, sólo como compilador del trabajo, el encargado de aportar “aclaraciones” que implicaban hacer las veces de crítico, fue el ingeniero Francisco Bulnes, ingeniero, periodista y político desde el Porfiriato.
En esta portada figura el título de la serie Biblioteca Histórica El Universal, de la que Memorias de Porfirio Díaz fue el primer tomo. Hemeroteca EL UNIVERSAL.
Aquella obra original se destacó porque de las escasas cincuenta copias que se imprimieron, 48 se quemaron por orden del propio Díaz, de modo que de una se desconoce su paradero y la otra quedó en manos de la redacción de este diario para su eventual difusión.
La obra permanece plasmada en el papel de los antiguos ejemplares de esta casa editorial, que incluyó dieciséis páginas en su edición diaria por casi tres semanas, y que en esta ocasión recordamos en Mochilazo en el Tiempo para celebrar otra de nuestras exclusivas más memorables.
Un proyecto exitoso que no vería la luz
Matías Romero fue el primer representante de México en Estados Unidos que trabajó con el rango de Embajador. En sus palabras, los trabajos biográficos sobre Porfirio Díaz (1830-1915) que se habían publicado para finales del siglo XIX eran “más que deficientes”.
Para darnos una idea, afirmó que incluso la biografía más completa, escrita por el estadounidense Hubert H. Bancroft, presentaba “serias inexactitudes” en lo que respecta a la historia y geografía de México.
Por su posición privilegiada como diplomático, familiarizado tanto con el país vecino del norte como con el general Díaz Mori, no era raro que los biógrafos extranjeros lo consultaran al momento de escribir sobre el tema.
En vista de su importante participación en el proyecto de las Memorias del general, Matías Romero figuró en el libro como una de sus pocas ilustraciones. Hemeroteca EL UNIVERSAL.
Fue por eso que Romero buscó la ocasión para comentarle a Díaz que era conveniente y hasta necesario que él diera datos de su propia vida, pues de ese modo sería posible contrastar y rectificar los datos disponibles sobre el presidente que, para entonces, ya había iniciado con la tendencia de postularse a la reelección.
El general aceptó la propuesta y dedicó ratos libres de su agenda presidencial a dictar información, primero sobre sus padres, y después de eventos desde su adolescencia hasta el sitio de la ciudad de México en 1867, cuando estaba ocupada por el ejército francés.
Romero aseguró que el presidente se apoyó en un solo documento, una cronología de sus batallas, pues su memoria sólo fallaba con las fechas.
Por el contrario, con nombres, lugares y sucesos, daba detalles claros y “vivísimos”.
Conforme escribían más y más líneas, que Romero organizó en capítulos y que Vigil complementó con notas, se optó por manejarlo como “memorias” y no como biografía. Díaz se sintió indeciso sobre darle difusión pública a la obra o no, por lo que sólo mandaron a imprimir cincuenta copias.
Guillermo Vigil aparece en esta foto, décimo de izquierda a derecha entre los trece hombres de pie, con ambas manos apoyadas en los hombros del también escritor Ángel de Campo Valle. La imagen data de finales del siglo XIX. ESPECIAL.
Aunque nunca se aclaró el por qué, poco después ordenó recuperar e incinerar 48 de esos libros. Lo que sí es seguro, de acuerdo con Matías Romero, fue que aquella primera impresión de 1892 se trató como asunto confidencial y se compartió sólo con amistades cercanas a Díaz.
Casi veinte años después, como consecuencia del inicio de la Revolución Mexicana, Porfirio Díaz renunció a su cargo y se exilió en Francia a finales de mayo de 1911, donde murió cuatro años después.
Así como hoy en día se lanza un tráiler de películas por estrenarse, en la época en que la única competencia del radio era el periódico, se anunció con una semana de antelación la publicación por entregas de las Memorias de Porfirio Díaz. Hemeroteca EL UNIVERSAL.
Hace 100 años EL UNIVERSAL imprimió este libro como aporte “a la divulgación y conocimiento de la Historia de México”, y con la misma intención hoy recordamos algunas escenas de las Memorias , que además de parecerse tanto a una novela de aventuras como a una biografía, revelan facetas de la vida del dictador que de otro modo sería difícil conocer.
Porfirio Díaz pudo haber sido sacerdote
Díaz Mori no nació en una familia acaudalada, y lo dejó claro al contar cómo su padre, José Faustino Díaz “era pobre cuando se casó”, a pesar de haber sido nombrado capitán del Ejército por Vicente Guerrero.
José Faustino trabajó como veterinario y herrero, pero aprovechó una oportunidad para trabajar pieles y establecerse más tarde en el “Mesón de la Soledad”, que debido a su muerte prematura ante el cólera fue vendido por su viuda, Petrona Mori, años después.
Una oportunidad que tuvo Porfirio a sus trece años fue estudiar en el Seminario Conciliar de Oaxaca, en que los presbíteros enseñaban materias como Lógica, Física, Latín y Filosofía. Aprobó esos cursos hasta sus dieciocho años en parte por interés propio y en parte porque esa era la expectativa de su madre, verlo convertirse en clérigo.
Díaz habló con tanto detalle de sus antepasados como de sí mismo, por lo que además de explicarse cómo se formó su familia, en este libro se publicó el árbol genealógico del ex presidente. Hemeroteca EL UNIVERSAL.
El punto que cambió la historia fue darle clases a un muchacho llamado Guadalupe y conocer al padre de éste, don Marcos Pérez, a quien describió “como Juárez, zapoteca de raza pura”, y recordaba por ser honrado y muy culto, y agregó que llegó a ser gobernador y presidente de la Corte de Justicia.
Don Marcos Pérez invitó al joven Porfirio a una ceremonia de premiación en que lo presentó a su pariente y entonces gobernador oaxaqueño, Benito Juárez. Lo que sorprendió al muchacho fue “el trato abierto y franco” de todos los presentes, y los discursos liberales en que los adultos hablaban de los jóvenes como amigos.
En esta ilustración del libro destacan las fotos de arriba y abajo, pues corresponden a la casa donde nació Porfirio Díaz, primero como se encontraba en los años veinte y después en su época como el “Mesón de la Soledad”. Hemeroteca EL UNIVERSAL.
Según explicó, eso contrastaba de forma radical con la vida escolar en el Seminario, donde “no se podía ni saludar a los profesores y mucho menos al rector ni al vicerrector, si no era haciéndoles una reverencia”.
Quedó tan impactado que esa misma noche decidió formarse como abogado, a pesar de que ya le habían ofrecido un trabajo en la Iglesia Católica, con todo y beca para seguir estudiando. Su madre quedó devastada, pero al final lo motivó a estudiar su vocación.
Al ver que su sustento dependería de su propio esfuerzo, pasó los años de sus estudios en Derecho ejerciendo oficios para apoyar a su madre en los gastos de la casa. También comenzó a hacer ejercicio con su hermano menor, Félix, en un gimnasio casero que hizo gracias al que fue “un libro de gimnasia, el primero probablemente que fue a Oaxaca”.
Un joven que trepaba muros y hablaba latín
En 1853 Mariano Arista se vio en una crisis política como presidente de la República Mexicana y renunció al cargo. Poco después Antonio López de Santa Anna regresó al poder por última vez, respaldado por políticos conservadores. Según Díaz, ese mandato persiguió a quienes manifestaban ideas liberales y se mostró hostil con los abogados.
Como resultado, arrestaron a don Marcos Pérez junto con varios colaboradores liberales y los encarcelaron en una torre del convento de Santo Domingo, en la ciudad de Oaxaca.
Con la intención de comunicar a su padrino político el hallazgo de las declaraciones de sus cómplices, Porfirio y su hermano Félix fueron al convento bajo una fuerte lluvia a media noche, con nada más que cuerdas para trepar los muros de al menos cuatro metros de alto.
Se calcula que Díaz tenía entre 26 y 30 años al momento de esta foto, pero para entonces ya no era un muchacho en dificultades económicas, pues su carrera militar lo había llevado al rango de coronel. Archivo EL UNIVERSAL.
Díaz tenía 62 años al narrar este episodio que vivió alrededor de sus veinte, y aun así describió con lujo de detalle las técnicas que usaron para
escalar y las distintas secciones del techo por donde pasaron.
El primer tramo les fue fácil porque se trataba de las cocinas principales, donde los panaderos solían trabajar de noche pero cantando, de modo que sus voces taparon el sonido de las pisadas de los “invasores”. Lo difícil fue acercarse a la torre en que estaba don Marcos, pues hasta en el techo había patrulla de centinelas.
Esos guardias no eran poca cosa porque en aquella época el convento de Santo Domingo era cuartel del batallón del Ejército que se encontraba activo en Oaxaca, de modo que contaban con instrucción militar para su patrullaje, que sin embargo Porfirio y Félix evadieron con un avance a rastras y ropa color gris como el techo.
Cuando por fin el muchacho llegó a la ventana en lo alto de la celda de don Marcos, rascó el techo con sus uñas y dejó caer polvo sobre el hombre para darle a conocer su presencia sin atraer la atención del centinela y el cabo, que resguardaban la doble entrada.
Díaz se sostenía sólo de los barrotes de la alta ventana y quedaba colgado de una cuerda, sostenido sólo por las fuerzas de Félix, quien hacía contrapeso con el otro extremo de la cuerda al permanecer de pie en la azotea, en especial cuando se agachaba al acercarse el guardián.
Una vez que don Marcos notó la inesperada visita, se puso de pie y comenzó a rezar salmos de David en latín. Cuando reconoció a Porfirio, comenzó a hablarle también en latín, y le dijo era muy peligroso hablar, por lo que se comunicarían por medio de lápiz y papel.
Tras una segunda visita se logró tramitar el cambio de celda para don Marcos, con miras a tener más probabilidades de liberarlo. En esa nueva ubicación, también dentro del convento, lograron comunicarse con un sistema de papeles en que Díaz había escrito letras antes.
Al final no fue necesario preparar un escape porque llegó una amnistía que liberó a don Marcos por la vía legal. Tiempo después, los actos de Porfirio pasaron de boca en boca hasta llegar al coronel Marcial López de Lazcano, comandante del batallón del convento.
No es sorpresa que a partir de entonces, las ventanas de Santo Domingo redujeron su tamaño y los techos terminaron custodiados por más centinelas y perros.
Lo que sí resulta inesperado es pensar en la juventud del dictador mexicano, como la que sus Memorias nos dan a conocer, de un Porfirio Díaz que conocemos desde la escuela primaria, como un militar anciano en el poder y rodeado de ministros de la hoy llamada tercera edad.
En su momento esta obra, en manos de EL UNIVERSAL, tuvo suficiente éxito como para publicarse en total más de 200 páginas hasta completarse el libro. La primera entrega tuvo 32 páginas y la última sólo cuatro, pero todas las demás tuvieron dieciséis.
Además de material para encuadernar el libro, quien coleccionara todas las entregas ganaría una suscripción de seis meses al periódico y un boleto para el sorteo navideño de 1922, en que este diario regaló desde libros hasta muebles. Hemeroteca EL UNIVERSAL.
Este diario organizó también una dinámica con cupones recortables desde la primera plana: bastaba enviarlos todos por correo para ganar un retrato a color del fallecido presidente que completaba el libro, mientras que agregar dieciséis pesos de la época pagaban las pastas de cartoné para encuadernarlo.
El año pasado, Morton Subastas ofreció un ejemplar de la edición de la “Biblioteca Histórica de EL UNIVERSAL”, aunque no con la encuadernación original, que en el sitio web apareció valuado entre los 4 mil y 6 mil pesos.
Si bien puede sonar un tanto elevado para un libro de historia, hay que tomar en cuenta que además de tratarse de un libro antiguo, al haberse impreso en papel periódico resulta más difícil de conservar en buen estado con el paso del tiempo.
La youtuber francesa Séverine, del canal Sev en Voyage, visitó la tumba de Porfirio Díaz en el cementerio de Montparnasse en París. Un mausoleo muy lejano de los valles de Oaxaca donde creció. Tomado de YouTube.
Con todo y lo anterior, en especial destaca que después de publicarse junto con las páginas de EL UNIVERSAL, sólo una editorial lo lanzó a la venta en 1922 como volumen completo, bajo el sello “El Libro Francés”, por lo que a pesar de su valor histórico, sólo es posible localizar un puñado de ediciones contemporáneas.
A pesar de su situación actual, su difusión masiva hace cien años mostró otra faceta de personaje polémico por haber encabezado el poder Ejecutivo en una época de beneficios, como la red de ferrocarril o edificios icónicos de la ciudad; y perjuicios, como la desigualdad económica y la reelección al cargo presidencial por décadas.